Realmente Potosí es un lugar con una magia especial, aunque poco valorado por todo lo que ha sido y es. Quizás gran parte de la riqueza de hoy de muchos países como España, Chile, Holanda e Inglaterra no sólo proviene del continente o del país en general, sino que de bien seguro que gran parte se concentra en ésta ciudad. Una ciudad todavía poco conocida por todo lo que significa, una ciudad que podría representarse como un cofre del tesoro vacío y saqueado. Una ciudad que ha sufrido el trabajo para conseguir el trofeo que otros les arrebataron de las propias manos. De hecho, se dice que si se pusiera en línea toda la plata extraída y robada de Potosí, se podría hacer un puente que llegaría hasta España.
El Cerro Rico situado a la espalda de la ciudad no tiene el nombre puesto por casualidad, pues allí se encuentran las minas explotadas durante la colonización que después de todo lo que se exportó, todavía a día de hoy, seis siglos más tarde, sigue sacando minerales de las manos de los 15.000 mineros que las trabajan día a día.
Estaba claro que si pasábamos por Potosí era en gran parte para conocer sus minas y quienes las trabajan, así como la historia de la minería que si bien ha tenido bastantes cambios a nivel político y social, la forma de trabajarlas sigue siendo la misma que hace seis siglos.
La mina de Rosario que es la que fuimos a conocer, se empezó a explotar en la época de la colonización, concretamente en el 1546. En aquel momento la regulación del trabajo ni se planteaba, y los mineros podían pasar hasta cuatro días en la mina trabajando, comiendo y durmiendo sin apenas salir al exterior mas que por hacer sus necesidades. Tenían repartido el trabajo cuatro meses en la mina, cuatro en la refinería y cuatro en el campo. Una forma de esclavitud bajo tierra que hizo declinar la balanza, pues mientras unos desgastaban sus manos trabajando en la oscuridad, otros se llenaban los bolsillos de minerales que rápidamente salían del país.
El fin del esclavismo minero termina con la independencia de Bolivia el 10 de Noviembre de 1810. Pero aunque los españoles ya no estaban al mando, la explotación todavía seguía, esta vez a nivel nacional. Así que el cambio se hace real cuando el 9 de Abril de 1952 se da la revolución de los mineros y se regulan los derechos de su trabajo. Pero ésta seguridad laboral termina treinta y tres años mas tarde, cuando el precio del estaño cae en picado y la crisis conlleva a tener que cerrar las minas. Consecuentemente miles de mineros quedaron sin trabajo.
Las minas descansaron ese año hasta que se formaron las cooperativas de trabajadores y en 1986 los mineros volvieron al trabajo, ésta vez sin depender de los españoles ni del gobierno Boliviano, sino que ellos mismos gestionarían su propio trabajo como autónomos. Desde entonces ésta es la forma legal con la que se trabajan a día de hoy las minas de Potosí, con todos sus pros y sus contras:
Por un lado pagan una concesión al estado que les permite tener total libertad e independencia en el trabajo en cuanto a organización, horarios y años laborales. El funcionamiento es que ellos extraen los minerales y después de ser analizados, cobrarán por las empresas privadas en función de la ley mineral, es decir, por el porcentaje de mineral que hay en la piedra y por el precio estipulado dependiendo de cual sea el mineral extraído. También el trabajo por cooperativa les permite tener un seguro médico y una pequeña pensión de jubilación.
Por otro lado también significa que trabajan en función de la producción y eso conlleva el riesgo de que el sueldo sea muy variable o de que la necesidad o la ambición les lleve a trabajar más de lo que el cuerpo o la mente pueda sostener.
Para hacernos una idea, cada vagón contiene una tonelada (en bruto) y al día sacan unos 12 carros entre cinco y diez personas, que son las que se repartirán el beneficio. También están los mas jovencitos llamados "asistentes" que cobran entre 150 y 180 bs al día.
Nosotros pudimos conocer tal realidad desde cerca, pues decidimos entrar en ese laberinto de túneles para vivir desde nuestra propia piel la sensaciones que se experimentan en un lugar como aquel, tan rico y peligroso a la vez, y donde gran parte de la población potosina se juega la vida para llevar un plato a casa desde hace generaciones y generaciones atrás.
Iniciamos haciendo la misma ruta que los mineros hacen antes de ir a trabajar, comprando las provisiones necesarias en el mercado. Allí se podía encontrar de todo, desde palas, mascarillas y cascos, hasta los explosivos que ellos mismos manejan, vendidos en una pequeña tiendecita para nada especializada. De hecho, los explosivos parecían de juguete o de dibujos animados, pues teníamos delante el típico cartucho de dinamita alargado y cilíndrico con una larga y gruesa mecha. Parecía imposible que esa mecha no les diera más de siete minutos para correr hacia atrás y protegerse del derrumbe que ellos mismos provocaban para extraer los minerales.

Después de comprar algún detalle para llevarles, fuimos a equiparnos con unos trajes de plástico, las botas, el casco, la mascarilla para protegernos del polvo y un frontal muy auténtico, batería de la cual se cargaba en la cintura y que conectaba con la bombilla de nuestra frente, amarrada en el mismo casco.
La entrada parecía suficientemente atractiva y espaciosa, con las paredes de piedra arqueadas, como si de un túnel se tratara. Pero a pocos metros la cosa ya empezó a cambiar, las paredes se empezaban a estrechar y el techo nos iba sorprendiendo forzando algunas agachadas rápidas, cada vez más frecuentes.
Después seguimos avanzando, viendo como la vía principal se iba dividiendo en otras para conformar ese complejo laberinto, y cómo en los laterales se abrían enormes hoyos, terminaciones de las cuales no veíamos, usados como sitios específicos de trabajo (por acumulación de minerales) o como respiraderos entre los distintos niveles pues la mina se empieza a explotar a 4100m y hasta casi 5000m.
También experimentamos las sensaciones al hacer un cambio de nivel, pues subimos unos cuarenta metros por un paso realmente estrecho para encontrarnos con los trabajadores que estaban en el "piso" de arriba. La sensación era muy extraña por la falta de luz y el intenso olor a azufre, el espacio cada vez más reducido y la inevitable lucha mental intentando desviar los pensamientos negativos que se hacían presentes sobretodo en las partes más estrechas tales como ¿qué pasaría si hubiera un derrumbe? ¿Y si hay un explosivo en la otra parte de ésta madriguera? ¿Estamos en una zona sísmica...? Además la sensación de asfixia era real en un lugar de poco oxígeno, mucho polvo, una mascarilla que aunque protege también obstruye, y el hecho de estar a más de 4000m pero arrastrándonos bajo tierra. "No hay vuelta atrás... Y si ellos lo hacen cada día, nosotros también podemos!"
Cuando llegamos a una vía principal empezamos a cruzarnos con los primeros mineros que transportaban de un lado a otro los carros entre dos personas, uno adelante jalando con una cuerda y el otro detrás empujando con mucho ímpetu. El mas jovencito tenía veinte años aunque en las minas pueden empezar como asistentes ya desde los quince.

Entrar en las minas de Potosí fue una experiencia única, bastante distinta a lo que vemos habitualmente. No se trataba de algo divertido, ni mucho menos visualmente atractivo como los paisajes que mostramos a menudo. Pero fue una experiencia muy real, un tanto angustiosa en algunos momentos, pero necesaria para entender por un lado una pequeña parte de lo que se esconde detrás de la compra de un anillo de plata, por ejemplo, más allá del joyero, el transporte o la refinería, y por lo menos en éste caso trabajan de forma voluntaria y remunerada, y hablamos de minerales que no tienen una durada limitada como el coltán... Pero eso ya sería otro tema no menos importante del cual hablar.
Por otro lado pudimos conocer otra forma curiosamente muy corriente de ganarse la vida a día de hoy en otra parte del mundo, y qué fácil es quejarnos de "sentirnos encerrados" en un puesto de trabajo sentados en una cómoda silla de oficina, cuando hay otros que pasan la mitad del día bajo tierra.
Pero lo que realmente nos llevamos de ésta experiencia es que a pesar de todo lo narrado, éstos mineros en ningún momento perdieron la sonrisa ni el buen humor, y ésta es una prueba más de que al final el tipo de vivencia que tenemos de las cosas tiene mas que ver con la actitud, que con la situación en sí.