La frescura de la
geosmina avivando nuestro olfato cada inicio de un nuevo día
El sol desvaneciendo
la niebla y el canto de los gallos presentando cada amanecer
El sonido de los
machetes a primera hora de la mañana segando la hierba que crece desenfrenadamente en cualquier rincón donde alcanza la lluvia
La humedad del
ambiente que refresca y sana nuestros pulmones
El olor de la masa
del maíz recién molido asándose en los comales en forma de tortillas
Las risas y los
abrazos de los niños que impregnan de inocencia y simpatía cada casa, cada
camino, cada lugar
Las mujeres porteando
a los chamacos en las enormes y coloridas telas tejidas por ellas mismas, cada
una distinta y representando su identidad maya
Los hombres cargando
los inmensos costales llenos de maíz, apoyando la carga en su frente sudada
durante horas para traer la comida a casa
Las tormentas
tropicales que nos acompañaban cada noche y que despedían el intenso calor del
día
Las increhíbles
plantaciones de milpa que cubren hasta las cimas de enormes montañas, que te
recuerda lo dura que es la vida aquí, sabiendo que alguien sube cada mañana a trabajarlas
El ritmo de la
cumbia, la marimba o el duranguense que te sigue en cada trayecto de autobús
mientras recorres éste verde y lindo país
Las dos caras de la moneda
Después de dos meses y medio en
éste país, podemos decir que Guatemala es un edén de la naturaleza que cuenta
con una gran riqueza natural de primeras materias, y también con una notable
riqueza cultural que reconoce hasta 21 lenguas mayas diferentes, con sus
respectivas identidades étnicas.
A pesar de ello, cabe recordar
que lamentablemente también se encuentra sumergida bajo el poder de un
gobierno corrupto que sigue enriqueciéndose a la vez que su pobreza crece,
hasta un 83,10% de su población, especialmente en el área rural e indígena,
según los estudios realizados por “PrensaLibre” a finales del año 2016. Éstos datos, juntamente con el hecho de hacer
tan sólo veinte años de los “acuerdos de paz” firmados por el Ejército de
Guatemala, hace que su población se
esfuerce día tras día para seguir adelante y superar todas estas situaciones de
vulnerabilidad que no sólo parecen mantenerse, sino también agudizarse.
Quizás por todo ésto, y por las
recientes heridas todavía abiertas de la guerra, los habitantes de Guatemala
(especialmente los pertenecientes a las CPR) han desarrollado unas capacidades
de lucha, organización y resistencia que no sólo les ha permitido hacer frente
a toda ésta represión, sino que también ha conseguido la unión de los pueblos
indígenas para desarollarse de una forma casi autogestionada y lejos de nuestra
burbuja capitalista.
Y éste es uno de los motivos que
sostiene nuestra fascinación por Guatemala, porque hemos tenido la oportunidad
de convivir dos meses en Primavera del Ixcán, un referente para las Comunidades
de Población en Resistencia, aprendiendo de su historia, escuchando cada una de
las historias que nos contaban y empapándonos de éste gran saber vivencial.
Al salir de la comunidad pudimos
conocer otros lugares del país que nos permitieron tener una visión más amplia de su cultura y de su gente; sorprendidos por la continua vegetación que no
desaparecía en ningún rincón del país, y también por la diferencia de climas
que sí existía en función de las zonas, así como la cultura y el tipo de vida.
En las ciudades la vida era más parecida a la nuestra y a pesar de que se
comían tortillas, como en las zonas rurales, éstas se compraban.
Ésto nos recordó que el valor del
trabajo es muy distinto cuando la moneda interfiere. Pues el contraste era
evidente cuando comparabas a la gente que trabajaba al campo y destinaba todo
su tiempo y esfuerzo invertido en lo que sería su futura comida, con la gente
del mismo país que vivía a la ciudad y invertía su tiempo y esfuerzo en un
negocio para recibir un dinero que a su vez sería destinado a comprar esa
comida que no podían cosechar ellos mismos.
La lucha entre la luz y la oscuridad
Otra forma de conocer el país era
explorar un poco sus parajes más reconocidos y alli fué cuando descubrimos que
el contraste se engrandecía al poner el concepto turismo en el centro. El
paradigma “indígena” seguía vigente pero su forma de vida estaba muy
contaminada por la presencia de gente como nosotros, pero que a su vez también
les permitía tener mejor calidad de vida. Hablamos del lago Atitlán, una de las
siete maravillas del mundo y no es una clasificación absurda cuando nos
referimos a 130,1 km2 agua rodeada de pequeñas aldeas a sus orillas y
en un segundo plano rodeado de cerros, montañas y hasta tres volcanes
diferentes: el San Pedro, el Pacayá y el Atitlán. Una fusión de la naturaleza
tal vez única.
Subir al San Pedro fué todo un
logro depués de dos meses sin hacer ejercicio físico, pero el premio que se nos
regaló al llegar a la cima compensaba cada gota de sudor derramada: unas vistas
panorámicas de todo el lago azul, en contraste de sus alrededores verdes y la peculiaridad de tener de frente dos
enromes volcanes.
A pesar de que regresamos
maravillados, ésta fue tan sólo la degustación de la experiencia que nos
esperaba en Antigua tres días después. Se trataba de subir otro volcán, pero
ésta vez con un real desnivel que nos obligaba a hacer noche en él y
consecuentemente a convertir la excursión en una intensa aventura.
El Akatenango es un volcán de
pendiente pronunciada que corona su cima a los 3976m. Subirlo fue una hazaña con
diferentes episodios ya que los contrastes de paisaje eran cambiantes a cada
momento y la incertidumbre de no saber cuál seria el siguiente, te animaba a
dar cada nuevo paso. Interminables plantaciones de milpa en la primera parte,
tramos selváticos con árboles centenarios y con una vegetación densa y húmeda
que se mezclaban con la espesa niebla, después bosques de pinos suficientemente
espaciados como para dejar correr las suaves corrientes de aire que acompañaban
los primeros rayos de sol. Y la última subida a la cima completamente distinta,
caracterizada por empinados senderos de tierra volcánica bien fina, que impedía
sostener fijo cada paso, y grandes rocas que te obligaban a usar las manos para
treparlas. Aún así, pequeños brotes de flores coloridas salían de ésa tierra
que parecía totalmente infértil.
Pero a pesar de tal variedad de
riqueza paisagísitica lo más excitante de la experiencia era ver aparecer el
Volcán de Fuego justo enfrente a medida que llegabas al campamento base,
mostrando erupciones espontáneas con pocos minutos de descanso, donde se veía
espesar el humo que salía desde su cráter. Y todavía el éxtasis estaba por
llegar hasta el momento de oscurecerse pues cuando desaparecía la luz del día,
ya no era el humo lo que sorprendía a nuestros ojos, sino que era la lava que
se dejaba ver a modo de pequeñas explosiones de roca y que alumbraban la cima
del volcán, luchando contra las espesas ráfagas de niebla que aparecían y
desaparecían en cuestión de segundos. Era una lucha constante entre la lava y
las estrellas a favor de la luz, contra la niebla y la oscuridad de la noche.
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