Nuestros primeros pasos por Nicaragua empezaron por León.
Esta ciudad colonial nos empezó a introducir en la historia del país y en
consecuencia en el mundo sandinista, un movimiento revolucionario civil que hizo frente a
la dictadura de Somoza. León fue la primera ciudad de la revolución que se
liberó de otra opresión más sobre el pueblo latino. Durante lo que llevamos de
viaje, hemos visto como en cada nuevo país, existe una historia similar dónde aparece una fuerza dictatorial, derechista y conservadora que emerge con la clara intención de dominar un territorio implantando sus ideologías por encima
de toda democracia con el único objetivo de dominar al pueblo sin tener en cuenta sus necesidades ni derechos. Pero en cada una de éstas historias que hemos ido conociendo, también aparece su antítesis, pues hay un momento en el que el pueblo construye un movimiento capaz de hacer frente a tal poder, aparentemente inmortal que acaba siendo derrotado por la fuerza del bien. Ésta también es la
historia de Nicaragua, que después de quedarse con solo cuatro millones de
habitantes empezó a construir un país que aún debemos descubrir, pero que con
el poco tiempo que llevábamos percibíamos honesto.
LAS PEÑITAS
La próxima parada después de León fue en las Peñitas. Un lugar situado en la costa
del Pacífico que nos recomendaron por la magia que se desprende en forma de
colores cuando el sol desaparece por ésta linea recta que se visualiza a lo
lejos y que separa el mar del cielo.
Y realmente así fue, poco a poco se podía ver cómo nuestra estrella se iba escondiendo detrás del telón y cómo poco a poco los colores del cielo iban cambiando de tonalidad progresivamente, recorriendo toda la gama de colores que se abarca des del azul celeste, transitando por tonalidades moradas y amarillentas y finalizando con un rojo lava intenso después de su marcha, que iba tiñendo las nubes de su alrededor y que poco a poco iba disminuyendo su intensidad como las brasas del fuego cuando están a punto de apagarse.
Después de pasar varios minutos esperando el momento de su marcha, cuanto más se acercaba al horizonte, más parecía que aceleraba la huida para dejarnos con éste escaparate de colores cambiante, lucido, un espectáculo en el que nuestros ojos quedaban hipnotizados y nuestro estado espiritual se veía envuelto de una gran tranquilidad y relajación.
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