Salimos de Playa Larga con
nuestros amigos alemanes y acompañados por Myrtha y su esposo, en su
espectacular coche rojo americano del año 1957, iniciamos un viaje que nos
brinda ya un buen comienzo del día observando el agua clara que se deja ver
entre los árboles al margen de la carretera, bailando a ritmo latino e
impacientes por conocer nuestro nuevo destino.
Caleta Buena es un lugar
caracterizado por una playa rocosa donde puedes acomodarte en sus tumbonas
mientras tomas tantos mojitos como te reclame la garganta y donde es difícil
elegir en que sitio ubicarte, si en uno de los rincones donde hacer snorkel
cerca del mar, o bien en su piscina de agua natural donde ésta va entrando
lentamente por un canal subterráneo y donde luego se presenta de la forma mas clara
y deseada tanto por nosotros como por la multitud de peces que habitan en ella.
En la piscina existe un entramado
de azules que cambia de tonalidad a medida que los rayos del sol se fieltran entre
la capa que separa el mundo de los humanos, el exterior, respecto al de los
animales que fluyen entremedio de esta masa líquida que nombramos agua, y que
paradogicamente aunque no podamos vivir en ella, es nuestra fuente de vida.
Cuando nos sumergimos entramos
en un nuevo mundo dónde los desconocidos somos nosotros. Allí abajo todo es distinto:
las formas, los colores, los sonidos, el movimiento, las leyes de la gravedad,
los animales y plantas que viven en ella... Principalmente encontramos peces, unas curiosas especies que
a su misma vez, también presentan distintas formas, tamaños y colores, de forma
aerodinámica y aunque repletos de duras escamas, parecen de tacto suave y
agradable para nuestros ojos. A pesar de que ambos somos seres vivos, las
diferencias entre los peces y los humanos son abismales y suponemos que por
ello es difícil establecer algún tipo de relación, de contacto.
En un principio nuestra presencia
les incomoda y buscan alejarse de lo que para ellos podría suponer un peligro. Después,
a medida que también nos vamos relajando y formando parte del espacio, parece
que son capaces de compartirlo, rompiendo la distancia inicial y aceptándonos
tal vez como a una especie marítima más. Es en ese momento cuando te sientes
aceptado, pues te permiten entrar en su mundo y conocer la majestuosidad de lo
que tienen y respetan. Un mundo en donde nos es imposible vivir pero si
observar y sentir durante el pequeño tiempo que tus pulmones te lo permiten, esta
sensación de estar en un lugar desconocido pero emocionante a la vez. Un lugar
donde los movimientos de los animales pasan de cero a cien en cuestión de
segundos sin escuchar apenas algun sonido. Tus oídos entran en un estado de silencio
en el que solo escuchas tu respiración y el latido de tu corazón, parece que el
funcionamiento del cerebro baja de revoluciones y tu forma de moverte deja de
ser la habitual, moviendo las extremidades tratando de apartar el agua hacia
atrás mientras se repone al mismo tiempo, el pelo se bombea como si de una
medusa se tratara y tus pulmones angustiados compiten con la tranquilidad del exterior
reclamando una bocanada mas de
oxígeno.
Y por ello también este momento
bajo el mar te permite un encuentro contigo mismo, en un contexto a veces hostil
donde a pesar de fluir en un estado de relajación, a la misma vez también
existen momentos donde se despierta un estado de alerta pero que acaba siendo
reprimido por tu racionalidad cuando recuerdas que allí el mayor peligro eres
tu. Vuelves a la realidad, contemplas y piensas...que paraíso! que maravilla...
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