jueves, 20 de julio de 2017

TRINIDAD













En nuestros viajes, las ciudades no acostumbran a ser los lugares que más nos aportan o llenan, en realidad tratamos de evitarlas o, por lo menos, pasar por ellas casi de puntillas. En este caso, Trinidad rompe con nuestra trayectoria habitual y nos secuestra cuatro días de los que en un principio iban a ser solo un par.

Una ciudad con encanto que parece situarte de pronto a la época medieval, quizás por sus largas calles repletas de adoquines, o bien por los carros de caballos que transitan en ellas todo el tiempo. Respecto a la arquitectura de las casas hay que decir que es difícil decidirse por cual es su mayor encanto, ya sea por la parte frontal donde se encuentran las coloreadas fachadas que ilustran sus calles en forma de arco iris, o bien por el conjunto de azoteas que se esconden en lo mas alto de la parte trasera, habitualmente con alguna que otra mesita para desayunar o simplemente ver las estrellas cuando cae la noche.

Durante el día los colores en sus fachadas hacen de ésta linda ciudad un espacio donde el simple pasear se convierte en continuos destellos de luz en tus ojos. Sus habitantes se esfuerzan cada día por mostrar la magia que se desprende de cada una de sus casas:  las arreglan, las pintan, las cuidan, las miman, les dan un encanto especial que en su conjunto acaban creando un lugar de fantasía.


Por la noche la ciudad se transforma. El ritmo a base de instrumentos y corazones latentes sale a la calle para crear espacios donde nuevas miradas conectan, interactúan y establecen nuevas relaciones. Éste encanto fue lo que produjo que en cuestión de instantes se formase a nuestro alrededor una gran familia de distintos lugares (Brasil, Turquía, Alemania, E.U y Cuba). Sin darnos cuenta estábamos compartiendo un sin fin de reflexiones sobre la vida, la política, la cultura, etc. Como no, el ron y la cerveza eran los conectores que facilitaban todas aquellas charlas interminables y a las que cada vez se añadía mas gente. Y es que, es sorprendente como estas dos bebidas acompañan la vida de todas las personas de la isla, vengan de donde vengan.



En resumen, Trinidad fue para nosotros durante cuatro días, un lugar donde el espacio físico conectó con nuestro cuerpo para desprendernos su encanto acompañado de su magia cultural y social. 




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