Plaza de la Revolución |
Desde que salimos de Barcelona fueron 35 las horas que tardamos en llegar al primer destino
latino. Aunque no necesitamos tocar tierras cubanas para hacer los primeros
contactos i empezar a sentir la proximidad de esta gente tan especial. Durante
la larga espera en el aeropuerto de Boon, Milagros ya nos brindó esta esencia
que caracteriza la personalidad de Cuba: gente muy expresiva, social,
extrovertida y sobretodo hospitalaria. Ella no sólo nos explicó mil y una
historias sobre su país, su religión y su gente, sino que también ofreció la
casa que tiene en la Habana para aprovecharla antes de partir hacia México.
Llegamos a las 12:00 am, cansados
pero excitados por la emoción de empezar lo que seria el inicio de una larga
aventura. Aunque esta falta de horas de sueño no impidieron salir un rato y
pisar las calles de la gran capital juntamente con la chica alemana (Vera) con
la que compartimos habitación. Breves fueron los momentos que necesitaron los
cubanos para querer establecer una primera conversación i conocer alguna cosa sobre
este trío que andaba a esas horas por los callejones de la Habana. Así pues,
gente de la que inicialmente dudas debido a este sobre interés por conocerte y
del cual no estamos acostumbrados, nos invitó a tomar unas cervezas al parque.
Un espacio que inicialmente
empezó siendo un lugar para conversar acabó conviertiendose en una pista de
baile donde descalzos y sudados, aprendimos nuestros primeros pasos. En pocas
horas empezamos a sentir el ritmo en la sangre, la salsa nos acompañó durante
horas y nos permitió conocer y no prejuzgar aquella personalidad tan distinta a
nuestra cultura. Allí nos dimos cuenta de lo que nos esperaba en aquel país
donde la música y más concretamente la salsa, formaba parte de la vida de los
cubanos. Un recurso al alcanze de todos y que permite escapar de cualquier
falta material o emocional.
Así pues, el primer dia decidimos
que Giovanni, el chico que nos invitó al parque la primera noche, nos
acompañase a conocer las calles de aquella ciudad peculiar formada por casas de
distintos colores, desgastadas por fuera pero vivas por dentro. Y decimos vivas
por lo que existe adentro, almas llenas de energía que bailan al ritmo de la
música y te invitan a sentir esta sensación de locura por la salsa.
En aquel momento nos
encontrábamos andando por las calles de la Habana vieja y empezó a diluviar,
casualidades del destinó quizás, pasamos por delante de una casa donde el
sonido de sus altavoces retundaban en los oidos de la gente que pasaba por afuera.
La pequeña pero grande familia que vivia adentro nos invitó a refugiarnos y
gozar de la fiesta que estaban armando en cinco metros cuadrados un domingo por
la mañana. Una fiesta en donde no podía faltar el ron seco y el ritmo latino.
En un primer momento la
desconfianza se apoderó de nuestra razón a la hora de actuar de una forma
prudente, pues personas que no conocíamos de nada nos abrían las puertas de su
casa y nos invitaban a bailar y compartir con ellos esta experiencia. Supongo
que no estamos aconstumbrados a esta hospitalidad, hecho que en un principio
nos crea una cierta incertidumbre. Sin duda, una sensación que tras pasar unos
minutos fueron diluiéndose gracias a la próximidad que te mostraban, las
sonrisas, los abrazos y las ganas de que aprendiésemos a hacer esto que ellos
bien adentro de sus cuerpos tienen; el amor por la salsa.
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