La primera ciudad que conocemos
después de la Habana es Cienfuegos, con bastante similitud respecto al colorido
de las casas pero de una arquitectura diferente pues proviene de la colonización francesa. Cada una de las puertas de sus casas quedan guardadas por peculiares verjas de hierro y curiosas formas que permiten proteger la vivienda a la vez
que facilita la corriente de aire en el interior del hogar. Es muy típica la
escena de cuban@s reposando en ellas en las horas donde aprieta más el calor.
Después de pasar algunas horas
paseando debajo del ardiente sol y de ser resguardados en la sombra de algún árbol, decidimos retomar el rumbo en busca del malecón. Mientras vamos andando
por el centro de la ciudad vemos a lo lejos el mar, y nos dirigimos en ésta dirección
esperando encontrar lo que buscábamos, pero al llegar allí nos dimos cuenta que
esto no podía ser el malecón, sino tal vez una de las zonas más pobres de la
ciudad, pero en dónde pudimos encontrar un tesoro mayor.
Al quedar parados observando la periferia del mar, de pronto se nos acerca una niña de unos once años, curiosa
por nuestra presencia en aquel extraño lugar por el cual parecía que no
acostumbraban a pasar demasiados turistas. Al ver que interactuábamos con ella
de forma natural, en tan solo un par de minutos ya empiezan a dejarse ver
detrás de ella unos cuantos niños más pequeños que poco a poco se van sumando
al encuentro; sus miradas quedan fijadas en forma de asombro en nuestros
zapatos y ropas a la vez que nos piden algunos caramelos. Es en éste momento
cuando se dan cuenta de las piedras que llevamos colgadas en el cuello, y después
de pedírnoslas, les explicamos que no se pueden regalar, pues son regalos que
nos han hecho nuestros amigos y que sirven de amuletos de protección.
Sus caras se marchitan
rápidamente y leemos la desesperación en sus ojos por querer tener cualquier “cosa”
sin importar demasiado de que se trate. Es en éste momento cuando inventamos un
pequeño juego:
“¿Sabíais que todas las piedras pueden ser mágicas? ¡Solo hace falta
encontrarlas! Vamos a busca una piedra en el suelo, cada uno la suya, pero no
puede ser una piedra cualquiera, debe ser...¡la piedra! Y cuando la tengamos la
guardamos en la palma de nuestras manos y apretamos bien fuerte, fuerte, para
darle toda la buena energía...
Ahora vamos a hacer un círculo y regalaremos la piedra que hemos
elegido a la persona de nuestra derecha, porque para que sean mágicas deben ser
regaladas, y cuando tengamos la nuestra cerraremos los ojos y pediremos un
deseo. Luego debemos guardar la piedra del deseo en un sitio secreto para que
se cumpla”
A veces, los adultos nos rompemos
la cabeza para buscar la mejor manera de complacer a los pequeños, o
simplemente en cómo gestionar las emociones cuando decides renunciar a las
demandas de un niño, que de una manera u otra te está pidiendo limosna. Y puede
ser tan sencillo como inventar un cuento que de alguna manera les haga mantener
la ilusión por algo, y brindarles la oportunidad de seguir creyendo en la magia.
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