Ducharse, peinarse, afeitarse la barba, pintarse los ojos y depilarse las cejas. Intentar rescatar algo de ropa presentable de nuestra colección Quechua travesía-montaña para acudir a la boda sin parecer la pareja "Tapiocca". Y a sólo veinte minutos antes del "sí quiero" tratar de conseguir ropa más decente (generosidad de los padres del novio), planchar las camisas y pantalones y finalizar con un rally por el pueblo picando a todos los amigos para conseguir unos zapatos para Ángel y sorprendentemente... ¡llegar a tiempo!
La boda se celebraba en casa de la família Lara, un lugar muy bonito y ajardinado con un gran terreno dedicado al ganado. Las sillas y mesas estaban distribuidas por el patio, cubiertas con manteles blancos y lazos rojos. Cada mesa tenía además una sombrilla que ayudaba a frenar el sol abrasador de Calkiní. Y a diferencia de las bodas occidentales, aquí cada uno podía elegir en qué mesa sentarse y con quién. Nosotros elegimos una un poco retirada pero con vista directa a los novios.
Después de la ceremonia, de las firmas de los testigos, del "sí quiero" y del gran beso rodeado de aplausos, Díana y Fernando ya estaban casados y era el momento de pasar a la festividad. Una gran bañera llena de coronitas inauguraba el matrimonio y numerosos platos de comida empezaban a circular arriba y abajo de las mesas. Primero algo de "botana" (pica-pica) para empezar y luego el plato estrella de la zona: La cochinita pibil, un plato que se cuece durante ocho horas en un horno subterráneo tal y como hacían los mayas, asándose bajo el suelo tapado con hojas de palma.
Y a partir de ahí el movimiento fue continuo: cervezas, tacos de cochinita, tortas, más cervezas, gente que seguía llegando, una mesa cada vez más llena de regalos, los novios atentos a que todo el mundo estuviera cómodo, y nosotros disfrutando encantados, muy acogidos por toda la família, puestos de "torito" (bebida típica de Veracruz a base de aguardiente de caña y saborizada con crema de cacahuete, muy peligrosa...) y conversando con toda la gente de distintas partes del país que tal día se habían reunido para celebrar el nuevo matrimonio.
Ese día no fuimos a ver ruinas mayas, ni cenotes ni playas ni cascadas, pero nos sentimos realmente afortunados pues teníamos la ocasión de compartir un acontecimiento perfecto para conocer más acerca de la cultura mexicana y además viviendo tal experiencia siendo tratados como unos "carnales" más.
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