En cuestión de minutos pasamos
por la puerta del tiempo para trasladarnos a un nuevo lugar por descubrir, un
golpe en nuestra consciencia un tanto desconcertante pero emocionante a la vez.
Nuestra mente pasó de tenerlo todo controlado a encontrarse como un pez fuera
del agua, y es en ese momento cuando te das cuenta de que el lugar del cual te
marchas, que en un principio era totalmente desconocido, se ha convertido en una
nueva área de confort que vuelves a dejar atrás. ¿A dónde vamos?, ¿Cómo vamos?,
¿Cual es medio de transporte más económico?, ¿A cuánto está el cambio de
moneda?. En general se crean toda una serie de preguntas en tu cabeza que solo
pueden ser respondidas a través de la gente que está en la calle y que se convierten
en tus salvadores. Contrastar la información y confiar en la honestidad es lo
único que te queda en estos momentos. Por suerte, en nuestro primer encuentro
con la gente mejicana pudimos ver las positivas virtudes que en general
conforman su manera de ser.
Nos sorprendió éste carácter
tranquilo, pausado y calmado de la gente, pues veníamos de un temperamento
totalmente distinto y opuesto, en el que los movimientos, el tono y las
expresiones verbales, en comparación, brillaban por su elevada energía. Y por
ello nos acompañó la reflexión de que también nosotros debíamos cambiar nuestra
forma de relacionarnos, bajar un poco las revoluciones de la comunicación pues
frente a la nueva cultura, podía parecer un tanto invasiva.
Y a pesar de que veníamos muy
satisfechos de nuestra experiencia en Cuba, cada vez nos conquistaba más la
idea de estar en un terreno nuevo por explorar, sentíamos que también cada vez
era mayor la curiosidad y las ganas por conocer acerca de la gente que habitaba
en éste novedoso lugar, así como sus costumbres y su forma de vida. Teníamos
ansia por ordenar el caos que se anidaba en nuestra cabeza y empezar a colocar
en cada sitio las piezas que nos ayudasen a situarnos.
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