viernes, 27 de abril de 2018

RÁQUIRA: la "causalidad" de ayudar a cumplir un sueño


Qué curiosas son las cosas cuando de alguna manera se entrelazan entre ellas, como si de un engranaje se tratara, uniendo sus fuerzas para permitir desplazar la correa. Es ese extraño fenómeno en que una cosa te lleva a la otra, y cuando miras atrás te das cuenta de la cadena que se ha ido formando inesperadamente. Y es precisamente esta cadena la que ha ido marcando la trayectoria de nuestro viaje. Algunos le llaman "el destino", otros casualidad...Nosotros preferimos llamarle causalidad porque toda causa tiene un efecto, y las cosas tan bonitas no pueden ser cuestión de azar. 

Un buen ejemplo es lo que nos ha pasado en Ráquira, donde llegamos por recomendación de un conductor,  Después "misteriosamente" llegó en nuestras manos la tarjeta de hospedaje de Carmen y allí conocimos al sr. Antonio y la sra. Cecilia, quien nos brindaron una completísima mirada historicopolítica del país. Pero también nos ofrecieron acompañarles a visitar el taller de arcilla de "unos amigos" que hacían marranos mediante moldes. Y allí surgió algo realmente inesperado.

Después de explicarnos el proceso de elaboración en una visita guiada y ofrecernos un choricito con una excelente arepa de trigo y queso, surgió la idea de quedarnos unos días en su casa para poderles ayudar; resulta que ellos necesitaban manos y nosotros teníamos "tiempo muerto" entre el anterior workaway (que terminó antes de hora) y el siguiente (al que todavía faltaba un poco para ir).

Lo cierto es que teníamos curiosidad por conocer más de cerca el proceso de la arcilla desde que se extrae, hasta que se obtiene la alcancía, pero en realidad fue la buena energía del hogar la que no nos hizo dudar en traer nuestras cosas e instalarnos para aprender sobre la artesanía en barro y formar parte de la vida de una familia raquirense.


Pasó la semana volando en la que, concentrados totalmente en el trabajo a causa de las lluvias constantes, pudimos ayudarles en el taller conociendo des del primer paso hasta el último:


Éste es sólo un pequeño resumen de todo el sacrificio que hay detrás de cada una de las alcancías que compramos para, primero, llenarla de monedas, y al final, destruirla para sacarlas. Realmente quedamos sorprendidos del sacrificio que supone éste ámbito en el que el trabajo en cadena no permite desconectar del taller, ¡ni siquiera de noche!

Pero si algo nos dolió de verdad fue la reflexión que hicimos entorno al impacto ambiental. Y ya no estamos hablando de la cantidad de arcilla que se extrae para el trabajo, que también, sino sobretodo nos referimos al carbón mineral que se extrae de las minas de los alrededores. Y a pesar de que ya sabíamos con qué se cocinaba, no fuimos conscientes de lo que suponía hasta que no descargamos las cinco toneladas del camión.

El problema ya empieza en la precariedad laboral de los mineros que se juegan la vida a casi dos kilometros bajo tierra para llevarse una pésima parte por lo que supone tal riqueza natural que, como siempre, la mayor parte recae en manos de los altos cargos.

Después está la cantidad de carbón que se requiere por horneada. Teniendo en cuenta que si de cinco toneladas salen unas seis horneadas de mil marranitos cada una aproximadamente, estamos hablando de que 5000 quilos de carbón se convierten en 6000 alcancías, ¡por tanto es como si por cada alcancía gastamos casi un quilo de carbón! El cálculo es muy aproximado, ¿pero suficientemente alertador no?

El tercer problema recae en la consecuencia de que en un pueblo de 13.000 habitantes esté respirando el humo altamente contaminante de los más de 400 talleres que hornean casi vez por semana cada uno...

Y cuando además descubres la mísera rentabilidad que queda ante tal sacrificio humano y tal actividad insostenible para el medio ambiente, la conclusión todavía es mas evidente. Cuando una alcancía (que ya sabemos todo el desgaste que conlleva) vale lo mismo que un huevo de gallina... ¿El "plan B" es obvio no?



Por suerte por el medio ambiente y por desgracia por los pobres artesanos que llevan toda la vida con éste negocio, las restricciones en el ámbito son cada vez más visibles y los controles cada vez dificultan más tirar hacia delante los talleres.

Y aquí está la "causalidad" de haber llegado a casa de Marina y José para ayudarles a cumplir su sueño; ¡cambiar de vida! Hacer posible que algún día puedan cambiar el taller por la vida de campo, aprovechar el terreno para la siembra, tener un ganado variado y comer de su propio trabajo. Poder vender hortalizas, huevos y carne a los alrededores de la finca y tal vez también comida preparada. ¡O quien sabe si algún día hasta se podrían montar un pequeño hospedaje rural!

Un sueño muy posible si no fuera porque el taller les absorbe todo el tiempo del día, y sin contar con las tareas que requiere el hecho de tener cinco hijos y dos hermanas en la casa. Así que nuestra misión fue ayudarles a encender ese proyecto, cederles nuestro tiempo para construir los primeros pasos para lograr ese cambio. Y así han pasado hasta tres semanas en la casa de la familia Orjuela Vargas, la primera conociendo la artesanía en barro, y las dos siguientes  entregados al nuevo proyecto. Deshaciendo futuros planes, hemos prorrogado la estancia aprendido muchísimo acerca de cómo construir un gallinero, una conejera y una cochera, y como tener buen abono mediante la lombricultura.






Aquí un pequeño recorrido de las cuatro construcciones que hemos llevado a cabo de éstas dos semanas, aunque quedó pendiente terminar los techos y puertas del gallinero y de la cochera...



En esta casa hemos conocido el trabajo de la arcilla, explorado el campo de la construcción a pequeña escala, conocido muchísimo acerca del ganado y cómo cuidarlo, también algunas ideas sobre cocina, a jugar a la teja y a que el guarapo sabe bien si no piensas demasiado en los ingredientes mágicos, pero sobretodo hemos tenido la oportunidad de ser dos más de ésta gran familia. Una familia humilde, honrada y trabajadora que ha demostrado una vez más que sólo se consiguen las cosas cuando se cree firmemente que pueden ser posibles, y se lucha con firmeza para que se conviertan en reales.



¡Muchas gracias por recibirnos con tanto amor y dejarnos formar parte de vuestro sueño! Nos llevamos muchos aprendizajes con nosotros, pero el mejor regalo es el saber que tenemos parte de familia en un rinconcito de Colombia llamado Ráquira.


pequeños terremotos

lunes, 23 de abril de 2018

BOYACÁ: fuente de recursos



Buscando nuestro nuevo destino y dejando atrás el departamento de Santander para seguir nuestro camino hacia el sur, aparecimos en una ciudad que no teníamos marcada, pero que nos sirvió de parada para situarnos.

Y es que cuando nos movemos de un sitio hacia otro bastante lejano, normalmente toca hacer parada en lugares intermedios a los que no irías directamente pero que "ya que estás" merece la pena conocer. Así ocurrió con Chiquinquirá, una bonita ciudad donde pasamos una noche y un día de paseo, conociendo la ciudad mientras pensábamos cuál sería exactamente el siguiente destino para instalarnos a lo "campamento base" y explorar la zona.


Chiquinquirá
Y la ganadora por consejo de los conductores de autobús fue Ráquira. ¿quién mejor para ayudarnos a decidir que la misma gente local? Así que para allí nos fuimos. Durante el camino seguíamos viendo las colinas verdes que se perdían en el horizonte a los dos lados de la carretera, un paisaje parecido al de Santander, pero esta vez con extensas praderas de ganado y significativos invernaderos más a lo lejos. No es de extrañar si tenemos en cuenta que Boyacá, éste nuevo departamento, es llamado "la despensa de Colombia" por la cantidad de carne de su ganado y de hortalizas de sus invernaderos, que se exporta hacia otras zonas del país. También puede recibir el sobrenombre de la "Suiza Colombiana" quizás por el verde de sus pastos y montañas, pero sobretodo por el bienestar de sus habitantes, pues como bien sabemos, donde hay tierra fértil, hay donde habitar y cultivar, y por lo tanto, coberturas mínimas cubiertas.



La llegada a Ráquira estuvo muy acorde con la recomendación que nos habían dado. Un pueblo bien vivo y vendedor de todas las artesanías de la zona como el fique o la lana, pero si por algo destaca Ráquira es por el trabajo de la arcilla que se lleva a cabo en los más de 400 talleres de sus alrededores.


Ráquira





Pero coincidir en un sitio bonito (y por tanto turístico) en semana santa siempre va acompañado de precios altos. Por suerte, después de recorrer todos los hospedajes del pueblo y esperar la llegada de los dueños para poder regatear un poco, al final apareció en nuestras manos una tarjeta de hospedaje a las afueras del pueblo, camino hacia la montaña. Al llegar allí no sólo conseguimos un sitio para dormir, sino que encontramos la calidez del hospedaje de doña Carmen, que se convirtió en nuestro hogar por esa semana. Y fue también el lugar donde se cocinó un ambiente muy familiar, compartiendo mucho con ella y su adorable nieta Juliana.




Cuando la lluvia nos dio tregua, aprovechamos para conocer los alrededores del pueblo. Caminar hasta el Patio de Brujas y escuchar la energía del lugar rodeados de montañas casi desnudas de rastro humano, visitar la tan esperada Villa de Leyva y conocer una casa totalmente hecha de arcilla horneada sin pilares algunos, o simplemente conocer el pueblito de Tinjacá y comer sus arepas de queso, su famosa morcilla y los envueltos!

Patio de Brujas


Villa de Leyva

miércoles, 18 de abril de 2018

JUAN CURÍ: siempre hay algo que aprender



Después de realizar el sendero mágico de Santander nos dirigimos a las cascadas de Juan Curi, lugar en el que pretendíamos estar alrededor de tres semanas trabajando mediante "Work Away". Aunque al final nuestra estadía allí se acortó debido a las discrepancias en los trabajos encomendados, tuvimos tiempo de aprender  lo básico acerca de dos técnicas de bioconstrucción: la "tapia" y el "pañete".

tapia


Pañete
El sentido del viaje no sólo era conocer lugares nuevos, sino que el periplo se debía aprovechar para aprender de otras fuentes que pudiesen alimentar un nuevo conocimiento que sirviese para nuestro regreso. De bien seguro el trayecto que llevamos realizado después de 10 meses nos cambiará en muchos aspectos, pero esa perspectiva de aprovechar los recursos del entorno causando el mínimo impacto en nuestra pachamama será uno de los temas que nos gustaría implantar. De la misma manera, esperamos que todo este saber nos proporcione la mayor autonomía posible a la hora de construir con nuestras propias manos nuestras ilusiones. Porque aunque estemos viajando, en nuestro día a día pensamos muy a menudo en el futuro, y cómo toda esta mochila de saberes nos ayudará a conseguir los retos que nos depararán en nuestro regreso.

A pesar de que no nos entendimos en cuanto a la organización y tareas del trabajo, Curí nos ofreció también otras cosas que merece la pena recordar. Fue una breve estadía pero nos permitió aprender un poco más sobre bioconstrucción, llenarnos de placer con los choricitos de Efrigenia y disfrutar de unas cascadas continuas realmente asombrosas.




Y también nos llevamos un buen regalo, habiendo coincidido con una amena familia con la que tuvimos el placer de convivir esos días. Su generosidad nos ofreció la posibilidad de compartir un largo trayecto hacia un nuevo departamento: Boyacá. Así que, nos pusimos rumbo hacia el sur en busca de nuevas experiencias mientras jugábamos a mil y un juegos con Paloma para amenar los largos quilometros que nos separaban de Chiquinquirá.




Porque es cierto que las cosas muchas veces no son como uno las espera, pero siempre hay que intentar sacarles la mejor parte y dejarlas atrás con una gran sonrisa.


domingo, 1 de abril de 2018

CAMINO REAL: pueblitos de Santander


Salimos bien contentos de Bucaramanga, pero queríamos conocer más acerca de este departamento tan montañoso acercándonos a los pequeños pueblecitos que rodean la Mesa de los Santos.

Tuvimos la suerte de recibir de buena mano algunas indicaciones de la zona para no perdernos ningún pedacito de esas tierras tan increíbles. Así que, decidimos que el campamento base se situase en el pueblo de Los Santos, donde nos desprendimos de nuestras mochilas, aquellas que traen toda nuestra casa por nueve meses y que a pesar de estar llena de "imprescindibles", siempre resulta pesada y molesta. De ese modo, cargamos con cuatro cosas las mochilas pequeñas y nos dispusimos a iniciar la ruta por el Cañón del Chicamocha. 

Los Santos
El pueblo de Los Santos queda en uno de los extremos del cañón, así que la primera fase sólo era seguir a nuestro guía de cuatro patas y descender zigzagueando por una pista de piedra mientras disfrutábamos de las preciosas vistas hasta llegar al primer pueblo: Jordán.



Jordán
Después de agarrar energía con un fresco y una empanada de arroz, huevo y carne, seguimos el camino de tabacaleras resiguiendo el río Chicamocha, pero para llegar al siguiente pueblo ésta vez tocaba subir hacia el otro lado del cañón. 



Y si bien es cierto que las vistas eran increíbles y que la dificultad del ascenso no era nada del otro mundo, también lo es que la subida se hizo realmente pesada y fatigosa. Un sol abrasador golpeaba en nuestra nuca de forma directa, e indirectamente también lo hacía en la cara al hacer rebotar sus rayos en aquel camino de piedras minerales que también tenían la jodida capacidad de retener el calor y expulsarlo como si por un camino de brasas estuviéramos andando. Nuestra mente sólo pensaba en el escaso litrito de agua caliente que nos quedaba y en encontrar una maldita sombra que nos diera un poco de tregua antes de llegar a la cima.










Y como en todo sacrificio, siempre llega la recompensa: llegar al mirador, quitarnos los pudientes zapatos y contemplar aquellas increíbles vistas mientras comíamos tumbados en unos sillones de tela bajo la sombra, que nos permitieron descansar un rato hasta emprender la nueva fase.



Después de una buena jarra de agua de panela bien fría que nos ofrecieron en una de las fincas de la zona, el siguiente tramo ya era casi un paseo hasta llegar a Villanueva, el pueblito que nos brindaría hospedaje para pasar la noche después de 20km de ruta soleada.

Villanueva
Al día siguiente el sol seguía marcando terreno pero el trayecto era mucho más agradecido. Los árboles cobijaban de sombra nuestras caras ya quemadas y el camino era de bajada, cruzando pequeñas fincas floreadas entre montes y pastos.

La llegada a Guane fue todo un éxito. No sólo por la magia de éste pequeño pueblecito, sino por el oasis que representó podernos bañar en una piscina mientras esperábamos la bajada del sol, después de todo ese calor acumulado!

Guane



Y a pesar de que el último tramo era de subida, ésta vez ya íbamos bien frescos para emprender el último reto y llegar hasta uno de los pueblos más apreciados de Santander: Barichara


Barichara
Un pueblo declarado Monumento Nacional y Patrimonio Histórico y Cultural de la Humanidad quizás por su arquitectura colonial del siglo XVIII, quizás por su oferta gastronómica de platos típicos Santandereanos, quizás por la peculiaridad de comer hormigas culonas o por la tranquilidad y bonanza de sus habitantes.


Lo que es cierto, es que Barichara deslumbra por la homogeneidad en la decoración de sus calles de adoquines en el suelo y bogambílias en el aire, que brotan de las paredes asomándose a las aceras, para acompañar el paseo de sus invitados.


Todas las casas, hostales y tiendas tienen las paredes pintadas de blanco que hacen resaltar las ventanas y puertas de madera. Y al adentrarte en ellos, descubrías pequeños pero hermosos patios interiores adornados con plantas florales.


El mirador y la ermita en la parte superior del pueblo repartían las calles de bajada hasta el parque central y la iglesia. Y numerosas tiendas y restaurantes se encargaban de avivar la tranquilidad del pueblo.



Sin duda éste recorrido nos ha permitido explorar la zona de Santander, visitando sus pueblecitos caminando por el Camino Real, y disfrutando de las vistas Cañón de Chicamocha en sus mejores periféricas.