miércoles, 29 de agosto de 2018

POTOSÍ: seis siglos de trabajo subterráneo


Potosí es una de éstas ciudades en que antes de ir ya la queríamos. Y es que cuando alguien cercano te ha hablado tanto de un lugar en el que ha vivido, es como si de algún modo te hiciera cogerle cariño sin apenas conocerlo.

Realmente Potosí es un lugar con una magia especial, aunque poco valorado por todo lo que ha sido y es. Quizás gran parte de la riqueza de hoy de muchos países como España, Chile, Holanda e Inglaterra no sólo proviene del continente o del país en general, sino que de bien seguro que gran parte se concentra en ésta ciudad. Una ciudad todavía poco conocida por todo lo que significa, una ciudad que podría representarse como un cofre del tesoro vacío y saqueado. Una ciudad que ha sufrido el trabajo para conseguir el trofeo que otros les arrebataron de las propias manos. De hecho, se dice que si se pusiera en línea toda la plata extraída y robada de Potosí, se podría hacer un puente que llegaría hasta España.

El Cerro Rico situado a la espalda de la ciudad no tiene el nombre puesto por casualidad, pues allí se encuentran las minas explotadas durante la colonización que después de todo lo que se exportó, todavía a día de hoy, seis siglos más tarde, sigue sacando minerales de las manos de los 15.000 mineros que las trabajan día a día.

Estaba claro que si pasábamos por Potosí era en gran parte para conocer sus minas y quienes las trabajan, así como la historia de la minería que si bien ha tenido bastantes cambios a nivel político y social, la forma de trabajarlas sigue siendo la misma que hace seis siglos.

La mina de Rosario que es la que fuimos a conocer, se empezó a explotar en la época de la colonización, concretamente en el 1546. En aquel momento la regulación del trabajo ni se planteaba, y los mineros podían pasar hasta cuatro días en la mina trabajando, comiendo y durmiendo sin apenas salir al exterior mas que por hacer sus necesidades. Tenían repartido el trabajo cuatro meses en la mina, cuatro en la refinería y cuatro en el campo. Una forma de esclavitud bajo tierra que hizo declinar la balanza, pues mientras unos desgastaban sus manos trabajando en la oscuridad, otros se llenaban los bolsillos de minerales que rápidamente salían del país.

El fin del esclavismo minero termina con la independencia de Bolivia el 10 de Noviembre de 1810. Pero aunque los españoles ya no estaban al mando, la explotación todavía seguía, esta vez a nivel nacional. Así que el cambio se hace real cuando el 9 de Abril de 1952 se da la revolución de los mineros y se regulan los derechos de su trabajo. Pero ésta seguridad laboral termina treinta y tres años mas tarde, cuando el precio del estaño cae en picado y la crisis conlleva a tener que cerrar las minas. Consecuentemente miles de mineros quedaron sin trabajo.


Las minas descansaron ese año hasta que se formaron las cooperativas de trabajadores y en 1986 los mineros volvieron al trabajo, ésta vez sin depender de los españoles ni del gobierno Boliviano, sino que ellos mismos gestionarían su propio trabajo como autónomos. Desde entonces ésta es la forma legal con la que se trabajan a día de hoy las minas de Potosí, con todos sus pros y sus contras:

Por un lado pagan una concesión al estado que les permite tener total libertad e independencia en el trabajo en cuanto a organización, horarios y años laborales. El funcionamiento es que ellos extraen los minerales y después de ser analizados, cobrarán por las empresas privadas en función de la ley mineral, es decir, por el porcentaje de mineral que hay en la piedra y por el precio estipulado dependiendo de cual sea el mineral extraído. También el trabajo por cooperativa les permite tener un seguro médico y una pequeña pensión de jubilación.

Por otro lado también significa que trabajan en función de la producción y eso conlleva el riesgo de que el sueldo sea muy variable o de que la necesidad o la ambición les lleve a trabajar más de lo que el cuerpo o la mente pueda sostener.

Para hacernos una idea, cada vagón contiene una tonelada (en bruto) y al día sacan unos 12 carros entre cinco y diez personas, que son las que se repartirán el beneficio. También están los mas jovencitos llamados "asistentes" que cobran entre 150 y 180 bs al día.


Nosotros pudimos conocer tal realidad desde cerca, pues decidimos entrar en ese laberinto de túneles para vivir desde nuestra propia piel la sensaciones que se experimentan en un lugar como aquel, tan rico y peligroso a la vez, y donde gran parte de la población potosina se juega la vida para llevar un plato a casa desde hace generaciones y generaciones atrás.

Iniciamos haciendo la misma ruta que los mineros hacen antes de ir a trabajar, comprando las provisiones necesarias en el mercado. Allí se podía encontrar de todo, desde palas, mascarillas y cascos, hasta los explosivos que ellos mismos manejan, vendidos en una pequeña tiendecita para nada especializada. De hecho, los explosivos parecían de juguete o de dibujos animados, pues teníamos delante el típico cartucho de dinamita alargado y cilíndrico con una larga y gruesa mecha. Parecía imposible que esa mecha no les diera más de siete minutos para correr hacia atrás y protegerse del derrumbe que ellos mismos provocaban para extraer los minerales.

La misma tienda vendía también jugos y sobretodo hojas de coca con distintos tipos de saborizantes. Se podría decir que la coca es la gasolina de los mineros pues a parte de despertarles en un ambiente tan oscuro, les da un poco de energía y les quita el hambre para poder aguantar a veces hasta doce horas sin comer. Por ello es muy usual ver a los mineros con una gran bola que sobresale de su mejilla y que da vueltas en su interior hasta que se consume y se reemplaza.

Después de comprar algún detalle para llevarles, fuimos a equiparnos con unos trajes de plástico, las botas, el casco, la mascarilla para protegernos del polvo y un frontal muy auténtico, batería de la cual se cargaba en la cintura y que conectaba con la bombilla de nuestra frente, amarrada en el mismo casco.


La entrada parecía suficientemente atractiva y espaciosa, con las paredes de piedra arqueadas, como si de un túnel se tratara. Pero a pocos metros la cosa ya empezó a cambiar, las paredes se empezaban a estrechar y el techo nos iba sorprendiendo forzando algunas agachadas rápidas, cada vez más frecuentes.

Después de adentrarnos ya unos 500m, nos fue bien hacer una paradita de descanso y conocer otras cosas de esa vida subterránea que tan lejos queda de la nuestra. Allí encontramos a la deidad protectora de la mina, el "Tío". Éste personaje construido por los propios mineros es visitado a principio de la semana por muchos de ellos para pedirle protección, y a final, para agradecerle su función. Es por ello que a su alrededor se encuentran sus mejores ofrendas como coca, alcohol puro y tabaco. El hecho de trabajar bajo tierra también tiene otra connotación negativa relacionada con el inframundo y el diablo, por lo que ésta figura protectora todavía cobra mas importancia.


Después seguimos avanzando, viendo como la vía principal se iba dividiendo en otras para conformar ese complejo laberinto, y cómo en los laterales se abrían enormes hoyos, terminaciones de las cuales no veíamos, usados como sitios específicos de trabajo (por acumulación de minerales) o como respiraderos entre los distintos niveles pues la mina se empieza a explotar a 4100m y hasta casi 5000m.


También experimentamos las sensaciones al hacer un cambio de nivel, pues subimos unos cuarenta metros por un paso realmente estrecho para encontrarnos con los trabajadores que estaban en el "piso" de arriba. La sensación era muy extraña por la falta de luz y el intenso olor a azufre, el espacio cada vez más reducido y la inevitable lucha mental intentando desviar los pensamientos negativos que se hacían presentes sobretodo en las partes más estrechas tales como ¿qué pasaría si hubiera un derrumbe? ¿Y si hay un explosivo en la otra parte de ésta madriguera? ¿Estamos en una zona sísmica...? Además la sensación de asfixia era real en un lugar de poco oxígeno, mucho polvo, una mascarilla que aunque protege también obstruye, y el hecho de estar a más de 4000m pero arrastrándonos bajo tierra. "No hay vuelta atrás... Y si ellos lo hacen cada día, nosotros también podemos!"

Cuando llegamos a una vía principal empezamos a cruzarnos con los primeros mineros que transportaban de un lado a otro los carros entre dos personas, uno adelante jalando con una cuerda y el otro detrás empujando con mucho ímpetu. El mas jovencito tenía veinte años aunque en las minas pueden empezar como asistentes ya desde los quince.

Lo cierto es que al verlos, de algún modo nos sentimos un poco mas seguros. Pudimos ver como reventaban enormes rocas con golpes secos y cómo una vez abierto se podían ver brillantes minerales en su interior, concretamente plata. Al hablar con ellos acabamos de darnos cuenta de lo sacrificado que es el trabajo de minero en todos los aspectos pues son doce horas bajo tierra, a oscuras y en altas temperaturas, sin comer y por tanto con una alteración importante de la alimentación, con un enorme desgaste físico, expuestos a contraer la silicosis por respirar el polvo mineral continuamente, y con un gran riesgo de perder la vida en cualquier momento. No sólo nos invadió un tremendo sentimiento de empatía, sino que sentimos real admiración por aquellos hombres que no pueden trabajar más después de los 45 años por lo perjudicados que se encuentran de salud.

                               

Entrar en las minas de Potosí fue una experiencia única, bastante distinta a lo que vemos habitualmente. No se trataba de algo divertido, ni mucho menos visualmente atractivo como los paisajes que mostramos a menudo. Pero fue una experiencia muy real, un tanto angustiosa en algunos momentos, pero necesaria para entender por un lado una pequeña parte de lo que se esconde detrás de la compra de un anillo de plata, por ejemplo, más allá del joyero, el transporte o la refinería, y por lo menos en éste caso trabajan de forma voluntaria y remunerada, y hablamos de minerales que no tienen una durada limitada como el coltán... Pero eso ya sería otro tema no menos importante del cual hablar.

Por otro lado pudimos conocer otra forma curiosamente muy corriente de ganarse la vida a día de hoy en otra parte del mundo, y qué fácil es quejarnos de "sentirnos encerrados" en un puesto de trabajo sentados en una cómoda silla de oficina, cuando hay otros que pasan la mitad del día bajo tierra.

Pero lo que realmente nos llevamos de ésta experiencia es que a pesar de todo lo narrado, éstos mineros en ningún momento perdieron la sonrisa ni el buen humor, y ésta es una prueba más de que al final el tipo de vivencia que tenemos de las cosas tiene mas que ver con la actitud, que con la situación en sí.


miércoles, 22 de agosto de 2018

TORO TORO: una mirada hacia nuestro pasado



De uno de estos encuentros casuales en los que te recomiendan un lugar, tomamos la decisión de venir a Toro Toro. Nos lo vendieron como el lugar de los dinosaurios y las cavernas, sin duda, una descripción que generó hambre a nuestro gusanillo de la curiosidad, y no lo podíamos dejar así, debíamos saciar su apetito.

Para ello teníamos que desplazarnos a 27 horas de bus, pero el duro viaje que nos esperaba no pudo superar las ganas de contemplar algo tan particular y que nos permitiría retroceder mucho más a nuestra historia, a nuestros orígenes. Así que, nos despedimos de la selva, dirección los andes, para saciar este instinto que quiere descubrir lugares especiales y vivir experiencias para enriquecerse de emociones y conocimiento.

Los primeros momentos en Toro Toro fueron bien agradables, ya que no deseábamos nada más que un poco de confort y tranquilidad después del duro ajetreo que llevábamos encima. Aquella primera noche la dormimos como perezosos, necesitamos varios toques de alarma y remolones para despertarnos. Aunque teníamos motivos para dejar de lado las ganas de continuar durmiendo y poner rumbo a la ciudad de Ita, o también conocida como la ciudad de piedra. Un trayecto que nos permitió contemplar la primera evidencia de que nos encontrábamos en una región que guarda estratos geológicos de mucha antigüedad. Así pues, antes de llegar a nuestro destino pudimos contemplar una de las expresiones más claras de nuestro planeta respecto su evolución física. A lo lejos apreciamos las capas geológicas de distintos períodos, concretamente del Ordovícico (570 millones de años atrás) y del Cretacico (82 millones de años atrás).



A medida que nos acercamos entendimos el por qué del nombre "Ita". Estábamos en medio de un laberinto de cavernas que, debido al arte que posee la naturaleza, acabó formando una ciudad idónea para que nuestros antepasados pudiesen vivir. Y nosotros estábamos allí, intentando imaginar a cada paso la vida de estas criaturas que durante tantos años sobrevivieron a las adversidades más intensas que nuestro planeta podía anteponer en aquellos tiempos. En medio de aquellas cuevas era inevitable imaginar como curtían las pieles y almacenaban la comida para pasar los duros inviernos, cuál era la manera de relacionarse, comunicarse y organizarse. En un intento por sentir este pasado en nuestra mente poníamos la mano en aquella pared llena de historia e intriga. De alguna manera podíamos proyectar su vida, ¿será aquí dónde comían, donde dormían? ¿cuántos había en cada habitación? Eran muchos los interrogantes que rondaban entre nosotros y que desembocaban a plasmar de manera imaginaria una fotografía doméstica de la vida de nuestros antepasados.

























Y por si fuera menos nuestra sorpresa con aquellas cavernas, nos adentramos en la madre de todas las cavernas del parque ToroToro, Umajalanta. Considerada la caverna más profunda de Bolivia, está compuesta por un sin fin de estalagmitas y estalactitas que en su conjunto dibujan un entramado de formas bien curiosas que nos rodearon durante todo el recorrido. Un trayecto en el que sentimos una pellizca de esta sensación que debe experimentar un/a espeleólogo/a al adentrarse en este laberinto estrecho de pasillos deformes que muchas veces desembocan de manera sorprendente en una gran cueva.


















Durante todo el trayecto tuvimos que adaptar nuestros cuerpos a las extrañas formas que hacían las paredes. Pero a cada pasillo que superábamos, descubríamos una nueva habitación llena de magia y energía que unida con el sonido de los ríos que pasaban por su interior le daban a aquel lugar un encanto lleno de magia, a veces positiva, a veces desconcertante. En muchos de los tramos sentimos esa sensación al entrar en un lugar extraño, absolutamente desconocido, oscuro y un tanto tenebroso. A menudo, apuntábamos nuestro débil foco por las decenas de grietas que había en la roca en busca de algo que pudiese responder a las inquietudes que habían detrás de aquellas paredes. Al final, siempre tocaba dejar a la imaginación hacer el trabajo de responder a nuestras sensaciones.





Fue un día en el que retrocedimos en la época del Cuaternario (Período Pleistoceno, 30 a 100 años atrás), considerada como la era del hombre, porque durante este tiempo surgió la especie humana en la tierra. Pero más emocionante fue retroceder en el Secundario o también conocida como la era del Mesozoico, (Período Cretácico, 131 a 65 millones atrás) momento conocido como la época de los dinosaurios.

El mesozoico corresponde a la segunda era geológica del planeta. Esta era se caracteriza por los constantes movimientos tectónicos que desplazaron los continentes. Un tiempo en que los mares bajos regredían formando lagunas continentales en las cuáles bebían y se alimentaban varias especies de dinosaurios como gigantescos sauropodos, feroces y ágiles therápodos, tyerophodas y ornithopoda. Torotoro era una de esas lagunas lodosas en donde los dinosaurios venían a dejar sus huellas. Una expresión clara de su existencia que se fosilizó hasta día de hoy y que nos deja evidencia de quién eran los habitantes de aquella época en nuestro planeta.

Extensa caminata de un ankilosaurio
























Huellas de un terópodo
















Gigantescas huellas de un saurópodo





















Fue muy emocionante poder ver aquellas pisadas gigantescas e imaginar aquellas bestias pasando por allí. Era excitante retroceder en la época más salvaje de la Tierra, donde habitaban los animales más grandes y feroces, en medio de grandes selvas llenas de vida. Un momento de nuestra cronología en la que el ser humano aún estaba por venir, aunque de todos modos, si hubiésemos coincidido, se habrían presentado como nuestros depredadores. Por fortuna o quizás no, esta especie desapareció, dejando paso al crecimiento de los mamíferos, aquellos que acabarían colonizando el planeta, entre ellos el hombre y su sucesiva evolución hasta hoy.


martes, 21 de agosto de 2018

AVENTURA EN LA SELVA BOLIVIANA: Pilón Lajas y Pampas



Cuenta la historia que a una hora río arriba de Rurrenabaque se encuentra la comunidad de San Miguel, a orillas del río Beni y rodeada de la más pura vegetación selvática. Pero como pasa en muchas comunidades, algunos hogares se encuentran más alejados del núcleo, con la diferencia que en éste caso quedaban al otro lado del río. Por ello los niños tenían que cruzarlo cada día para ir a la escuela hasta que un día de fuertes corrientes la balsa se tumbó y los pequeños cayeron al río intentando nadar a contracorriente para salvar sus vidas. Las mamás gritaban angustiadas desde la orilla pidiendo ayuda a un pescador para que salvara a sus hijitos y por suerte, así fue. Aquel pescador salvó uno a uno todos los chiquitos que estaban en el agua esperando un milagro como ese. Pero a pesar de éste final feliz, los niños ya no querían ir mas a la escuela pues el miedo a que se repitiera tal situación los tenía bien angustiados. Por ese motivo las familias de aquel lado del río pelearon mucho para que el gobierno mandara a algún profesor a esa zona y así evitar cruzar el río a diario. finalmente llegó una profesora, hoy día casi jubilada, que se quedó a vivir en ese lado y no sólo se construyó una pequeña escuela sino que desde ese día se constituyeron como comunidad propia, llamada Real Beni.

Y justo allí fuimos a parar para iniciar la gran aventura de cuatro días de pura selva Amazónica, acompañados por nuestro experimentado guía Valdemar y su esposa Suly, que no paraba de sorprendernos con deliciosas recetas innovadoras.

Por fin habíamos conseguido esa experiencia en la jungla que andábamos buscado desde bien atrás pero que por dificultades logísticas o poca garantía de cumplir expectativas habíamos ido dejando pasar. No pudo ser en el sur de Colombia, y aunque en Ecuador pudimos hacer una pequeña degustación, tampoco nos adentrarnos demasiado, en Perú nos quedaba al otro extremo y por sus grandes distancias lo dejamos pasar... Así que Bolivia era nuestra última oportunidad y además teníamos buenas referencias por lo que hicimos un "all in" y que la suerte nos respondiera o no con lo que buscábamos.



El primer día pudimos entender la parte más comunitaria de la selva, conociendo en Real Beni cómo es la vida de la gente que vive allí. Lo cierto es que nos pareció bastante envidiable por la calma que se respira en un lugar tan verde y relajado, bien lejos del ruido y la contaminación de aquello que se llama "civilización" pero lo suficientemente cerca como para abastecerse de las pocas cosas que no les proporciona el entorno.  La tierra les brinda principalmente maíz, gran cantidad de piñas, papayas y plátanos, y frijoles que siembran en la playita que se forma en la orilla del río. Respeto a la fuente de proteínas la obtienen de los pollos que corretean libremente por los alrededores de su casa, pero sobretodo de los enormes pescados que sacan del río en cuestión de unos pocos minutos. Además la pachamama también les ofrece algodón y numerosas semillas.




Ese día fuimos testigos de su eficacia en la pesca de red, de las increíbles vistas de los parques naturales Madidi y Pilón Lajas, uno a cada extremo del río, y de las muchas historietas que nos contó Cupertina mientras preparábamos un delicioso sudado de pescado gato recién sacado del agua.



Después de conocer la comunidad y de explorar sus alrededores empezó la aventura verdadera. Cargar las mochilas con comida, esterilla, saco y mosquitera para adentrarnos en el corazón de la selva en busca de animales curiosos, árboles milenarios y plantas medicinales, caminando entre riachuelos, suelos acolchados por hojas húmedas, raíces y semillas coloreadas. Serían tres días más de exploración agudizando nuestros sentidos para aprender de todo lo que nos podía regalar la naturaleza en su forma mas salvaje.

Eran constantes los conocimientos que íbamos absorbiendo a cada paso, porque detrás de cada planta, animal, olor o situación había al menos una explicación interesante que Valdemar nos iba contando.Algunos conocimientos más generales como técnicas de orientación mediante el sol, las estrellas, la  dirección del río o la inclinación de los árboles. Estrategias de supervivencia recolectando los alimentos que ofrece la misma selva, desde cómo pescar sin red ni caña, sólo a base de trampas por rocas, hasta cómo encontrar larvas o frutas extrañas.

También conocimos los misterios que pueden esconder los árboles en su interior. El "boroche", por ejemplo, puede desarrollar una" barriga" para almacenar agua, igual que la liana "uña de gato", y también golpeando su tronco podemos pedir ayuda en caso de emergencia. También aprendimos que  el veneno del "Curare" puede servirnos para cazar peces en agua estancada como pequeñas lagunas, ya que la substancia de su interior desoxigena el agua y los peces mueren a la superficie. También el "Copaibo" esconde en su interior una buena cantidad de aceite que servía de combustible para que los nativos se alumbraran. Y el magnífico "Sangre de Toro" esconde bajo su corteza un ungüento muy pertinente para aliviar el escozor de las picaduras, y podemos afirmar que sus efectos son realmente eficaces. Cuatro grandes árboles con usos muy diversos, aunque también conocimos otras plantas y raíces interesantes para otros tratamientos.




 Aprendimos que del mismo modo que un 70% aprox. de los animales de la selva son hormigas y termitas, un porcentaje similar de lo que respecta a los vegetales son lianas, y se distinguen tres tipos principales: Por un lado están las epífitas que son esas que cuelgan al lado del árbol paralelas a él, diríamos que son las que le sirven a Tarzán para colgarse de un lado a otro, pero que respecto al árbol no tiene ningún efecto, es decir que no le aporta nada, ni bueno ni malo. Después están las que tienen una relación bien bonita con el árbol estableciendo una simbiosis beneficiosa para ambos. El árbol le da cuerpo para que suba y busque luz, mientras la liana le aporta la humedad que le puede faltar. Por último encontramos a los parásitos que como su nombre da a entender se pegan al árbol para absorber todos sus nutrientes hasta que lo mata, lo seca, se pudre y desaparece, convirtiéndose la misma liana en un gran árbol que no sólo ocupa el lugar del antiguo, sino que sigue estrangulando a otros mientras hace su propia fotosíntesis,  y de ese modo se pueden convertir en enormes y mágicos árboles milenarios.



Árboles que no dejan indiferente a nadie pues su grandeza invita a rodearlos admirando su enorme tronco, acariciando su fina corteza,  resiguiendo con la vista su altura desde lo alto de la copa hasta sus extendidas raíces que invitan a sentarse en ellas y observarlo desde su misma base. Es fácil captar su energía cuando se está cerca, incluso entender porque tantos hongos e insectos viven en sus paredes pues lo cierto es que transmiten protección y cobijo. Y todavía impresiona más cuando pensamos en todo lo que ha vivido... Que sea un árbol milenario significa que ha sobrevivido a guerras mundiales y todo tipo de fenómenos naturales, significa que está plantado en el mismo lugar desde antes de la llegada de los colones, ¡incluso antes del Imperio Inca! Si estos seres vivos pudieran hablar... Quizás podríamos saber mucho más acerca de nuestra historia y del porque las cosas de hoy son como son. Es como si esto que en un principio era una liana parásito hubiese ido creciendo con todo el saber que ha ocurrido a su alrededor hasta convertirse en un enorme árbol sabio y mágico, posiblemente el mejor testigo y guardador de secretos de todos los seres vivos.


Los árboles y las plantas creaban una atmósfera húmeda y frondosa que nos hacía sentir como actor y actriz en una película de aventura, a veces siguiendo un pequeño sendero que el mismo Valdemar había creado, a veces abriendo nuevos caminos para situarnos en lugares más vírgenes. El caso es que la vegetación se encargaba de estimularnos el campo visual, pero gran parte de las sensaciones tenían que ver con el campo auditivo, y de eso se encargaban los animales. De hecho, a menudo parábamos en seco intentando descifrar de dónde y de qué venían los distintos sonidos. Las protagonistas del concierto eran principalmente las distintas aves que nos iban acompañando con una gran variedad de sonidos y melodías desde el momento en que nos despertábamos en la mañana hasta que nos quedábamos dormidos por la noche. De hecho, a pesar de ser los únicos humanos de la zona y de andar mayormente callados, en ningún momento escuchamos el silencio... pues en la selva siempre se va acompañad@.

Y si de día los sonidos eran constantes, en la noche la cosa todavía era más acentuada. Después de colocar nuestras esterillas y mosquiteras en el "campamento" decidimos hacer una pequeña caminata nocturna y adentrarnos en la ruta que acabábamos de crear, para tratar de ver algunos animales nocturnos. Y qué diferente es un mismo lugar cuando el sol desaparece, pues a falta de luz los sentidos se agudizan y las percepciones se centran únicamente en los oídos. El movimiento de alas de algunas aves, de lejos algunas ranas en el río, otros sonidos de insectos como grillos, y a no más de 300m el sonido de uno de los felinos más temidos. Teníamos a un leopardo alternando varios tipos de rugidos que emitía buscando aparearse, y nosotros allí, callados, con las linternas apagadas, tratando de verificar que lo que estaba pasando era cierto. Y así era, pues no había perros el la zona, ¿qué sería si no? El miedo era presente pero a su vez también la emoción de sentir bastante cerca éste tipo de animales que sólo aparecen en las películas o atrapados en zoos.

Estuvo rodeando el campamento a la distancia durante unas horas y luego se marchó. Lo cierto es que no fue fácil bañarse en el río alumbrados por una linterna sabiendo que un depredador corría por los alrededores porque al fin y al cabo los intrusos éramos nosotros y para él no éramos Marta y Ovidi, sino dos pedazos de carne alumbrados en la oscuridad de la noche. Pero a pesar de la creencia popular, los leopardos y los jaguares no tienden a atacar si no se está huyendo o bien distraído.

Por suerte convivimos armónicamente con los animales del Pilón Lajas. Escuchamos a muchos de ellos y tuvimos la suerte de ver a algunos: Sobretodo muchos tipos de hormigas y grandes y abundantes bolones de termitas, pero también peces, extraños gusanos, saltamontes, arañas, coloridas aves cómo papagallos, loros, oropéndulas o trogones. Muchísimas mariposas morfas y polillas, así como larvas de escarabajo y huevos de serpiente. También nos  sorprendió un largo y oscuro felino negro en medio del camino que rápido se escondió sin dejarnos averiguar cual era. Y no podemos obviar el momento en que parados en la oscuridad frente al río descubrimos una alfombra de hongos que brillaban en la oscuridad bajo los árboles con una luminiscencia que se asemejaba a una ciudad en miniatura o un cielo estrellado acostado en las raíces de la orilla.

No podemos pedir más de lo que esperábamos vivir durante esos cuatro días. Largas caminatas descubriendo el poder de la naturaleza conviviendo con ella. Caminando bajo sus altos árboles, tan frondosos que apenas dejaban ver el cielo, protegiéndonos del fuerte calor del sol. Durmiendo en la cama acolchada que se formaba con la cantidad de hojas que caen y se mezclan en el suelo. Cocinando con el fuego a leña de los troncos que se encuentran en el suelo y bebiendo y bañándonos con el agua pura que corre por los arroyos que íbamos cruzando bien a menudo.



Pero sobretodo, nos vamos contentos de haber topado con uno de los mejores guías de Rurrenabaque, quien nos ha acompañado para mostrarnos las rutas que ya estipularon sus abuelos para cuando había necesidad, y que a día de hoy sigue conservando para poder mostrarnos que todavía hay lugares que no están destruidos por el hombre, aunque la intención del Gobierno desgraciadamente sea otra. Gracias Valdemar por compartir tu sabiduría, tu experiencia y también por hacernos reír con tantas anécdotas!




LAS PAMPAS



Después de cuatro días de selva quisimos acabar de exprimir la zona norte del país para conocer otros animales, pero esta vez desde el agua. Cambiamos el cargar la mochila en la espalda y caminar seis horas al día por ir descansando en bote, sentarnos con la comida hecha  y la mesa puesta y dormir en una cama doble y baño privado. Pero no por ello la experiencia fue menos interesante, en realidad se agradece un poco de confort de vez en cuando, y sobretodo si donde estamos hospedados es rodeados de naturaleza y justo enfrente del río.

En Las Pampas ya no había árboles milenarios pero había muchísimos animales que vivían a orillas del río Yacuma. Sólo con subir al bote ya nos recibieron los primeros Aligatores o cómo ellos  los llaman, los lagartos. Quizás podrían parecer lagartos cuando son pequeños porque después se convierten en enormes reptiles poco cariñosos. Su apariencia es parecida a la de los caimanes pero su piel, en cambio, está rallada con líneas amarillas. Y a pesar de su gran tamaño cuando son adultos, todavía hay depredadores mayores que pueden acabar con ellos y que se encuentran también en el Yacuma.



Hablamos de los caimanes, más oscuros y uniformes, normalmente bastante más grandes ya que se han visto ¡de hasta siete metros! Su cola es más fuerte y ágil pues con ella golpean fuertemente a sus presas.



Ambos animales se pueden encontrar con mucha abundancia tomando el sol tranquilamente en las orillas del río, muchas veces inmóviles y con la boca abierta para captar oxígeno que les permitirá estar hasta 90 días bajo el agua, y otras veces nadando por el río dejando en la superficie solamente sus ojos y parte del morro, que fácilmente se puede confundir con un tronco flotante. A pesar de su actitud perezosa durante  el día, ambas especies transmiten mucho respeto por sus grandes bocas repletas de dientes, sus ojos laterales de miradas fijas y desafiantes, y su enorme cuerpo a menudo bastante superior al humano.



Otro reptil que se deja mostrar a menudo calentando su sangre bajo el sol son las tortugas. Pocas veces se inmutan con algún movimiento pues tienden a estar bien tranquilas, encima de algún tronquito o en la orilla con la cabeza hacia arriba cómo un girasol, buscando captar cada uno de los rayos de luz. Otra cosa que les hace parecer unos animales bien simpáticos, es el hecho de encontrarse siempre acompañadas y recostadas entre ellas, formando divertidas hileras como si un trenecito quisieran formar.



No solamente nos hemos rodeado de reptiles pues bajo las aguas marrones del río también viven muchos peces, para nosotros solamente vistos en las películas: ¡Las pirañas! Había de blancas, amarillas y rojas, y sólo pudimos darnos cuenta que había, cuando lanzamos nuestros anzuelos usando cebo de pura carne de vaca, ¡y cómo picaban...! Pero del mismo modo que ellas comieron esos pedazos de carne roja, ¡nosotros complementamos la cena con unas exquisitas pirañas fritas recién pescadas! Allí nos dimos cuenta de la verdadera riqueza que hay en ese río porque bajo el agua también hay cantidad de animales, a pesar de que el agua chocolatera nos los impiden ver.



Pero el animal que se lleva nuestra mayor admiración y sorpresa es el delfín rosado. Sí, difícil de creer pero así es, ¡hay delfines de agua dulce y encima de color rosa! Se dice que la explicación recae en el hecho de que antiguamente toda la selva estaba debajo del mar y a pesar de que el agua se fue secando poco a poco, quedaron los ríos que mantuvieron estos mamíferos, que se fueron adaptando a la desalinización y a las temperaturas cálidas, por ello perdieron la capa de grasa de color gris que les protegía del frío quedando a la vista ese color rosado. Tal vez el motivo de que existan en aquel lugar no nos quedó muy claro, pero lo que si sabemos es que nos despertaron un gran interés. Era bien lindo verlos salir a respirar en manada mientras intentábamos captar alguna foto que perpetuara ese momento.



Y por si esto fuera poco, hay que decir que no sólo en el agua está la riqueza animal en las Pampas. En las orillas se pueden ver otros animales curiosos como los Capibara, unos herbívoros de movimientos lentos que son parecidos a roedores como ratas, hamsters o esquiroles, pero de gran tamaño de cuerpo, pequeñas orejitas y de culo grande sin cola.



Saltando de rama en rama o trepando por los hilos o tejados de las habitaciones, también frecuentaban los pequeños y amarillentos monos ardilla, tan simpáticos como interesados, esperando rescatar de algún lado algún alimento no controlado.






Por suerte pudimos ver uno de los animales que nos quedó pendiente en nuestra anterior ruta por la selva. El perezoso se dejó ver después de descartar que se tratara de un nido de polillas, pues se encontraba recostado en forma de pelotilla en la rama de un árbol, con la cara protegida del sol bajo una de las pocas sombras que hacían las cuatro hojitas que colgaban.




Y como en todo río, cuando hay abundante pescado abajo, hay hambrientas aves pescadoras encima. Por ello, el cielo también estaba ambientado por águilas, garzas, y muchísimas especies que se dejaban ver sobretodo al anochecer, cuando el sol caía y ellas retornaban a buscar cobijo.


Las Pampas nos ha brindado un increíble espectáculo animal, y a pesar de no haber dado con ninguna anaconda después de caminar por terrenos pantanosos y bajo un sol abrasador durante algunas horas, nos vamos bien satisfechos por haber conocido tanta variedad de animales. También hemos encontrado buena compañía en el grupo para compartir exóticas anaranjadas puestas de sol, y un paseo en bote nocturno para contemplar el paisaje estrellado que teníamos encima, que brillaba con tanta fuerza que quedaba reflejado en el mismo río, justo a nuestro lado.