miércoles, 22 de agosto de 2018

TORO TORO: una mirada hacia nuestro pasado



De uno de estos encuentros casuales en los que te recomiendan un lugar, tomamos la decisión de venir a Toro Toro. Nos lo vendieron como el lugar de los dinosaurios y las cavernas, sin duda, una descripción que generó hambre a nuestro gusanillo de la curiosidad, y no lo podíamos dejar así, debíamos saciar su apetito.

Para ello teníamos que desplazarnos a 27 horas de bus, pero el duro viaje que nos esperaba no pudo superar las ganas de contemplar algo tan particular y que nos permitiría retroceder mucho más a nuestra historia, a nuestros orígenes. Así que, nos despedimos de la selva, dirección los andes, para saciar este instinto que quiere descubrir lugares especiales y vivir experiencias para enriquecerse de emociones y conocimiento.

Los primeros momentos en Toro Toro fueron bien agradables, ya que no deseábamos nada más que un poco de confort y tranquilidad después del duro ajetreo que llevábamos encima. Aquella primera noche la dormimos como perezosos, necesitamos varios toques de alarma y remolones para despertarnos. Aunque teníamos motivos para dejar de lado las ganas de continuar durmiendo y poner rumbo a la ciudad de Ita, o también conocida como la ciudad de piedra. Un trayecto que nos permitió contemplar la primera evidencia de que nos encontrábamos en una región que guarda estratos geológicos de mucha antigüedad. Así pues, antes de llegar a nuestro destino pudimos contemplar una de las expresiones más claras de nuestro planeta respecto su evolución física. A lo lejos apreciamos las capas geológicas de distintos períodos, concretamente del Ordovícico (570 millones de años atrás) y del Cretacico (82 millones de años atrás).



A medida que nos acercamos entendimos el por qué del nombre "Ita". Estábamos en medio de un laberinto de cavernas que, debido al arte que posee la naturaleza, acabó formando una ciudad idónea para que nuestros antepasados pudiesen vivir. Y nosotros estábamos allí, intentando imaginar a cada paso la vida de estas criaturas que durante tantos años sobrevivieron a las adversidades más intensas que nuestro planeta podía anteponer en aquellos tiempos. En medio de aquellas cuevas era inevitable imaginar como curtían las pieles y almacenaban la comida para pasar los duros inviernos, cuál era la manera de relacionarse, comunicarse y organizarse. En un intento por sentir este pasado en nuestra mente poníamos la mano en aquella pared llena de historia e intriga. De alguna manera podíamos proyectar su vida, ¿será aquí dónde comían, donde dormían? ¿cuántos había en cada habitación? Eran muchos los interrogantes que rondaban entre nosotros y que desembocaban a plasmar de manera imaginaria una fotografía doméstica de la vida de nuestros antepasados.

























Y por si fuera menos nuestra sorpresa con aquellas cavernas, nos adentramos en la madre de todas las cavernas del parque ToroToro, Umajalanta. Considerada la caverna más profunda de Bolivia, está compuesta por un sin fin de estalagmitas y estalactitas que en su conjunto dibujan un entramado de formas bien curiosas que nos rodearon durante todo el recorrido. Un trayecto en el que sentimos una pellizca de esta sensación que debe experimentar un/a espeleólogo/a al adentrarse en este laberinto estrecho de pasillos deformes que muchas veces desembocan de manera sorprendente en una gran cueva.


















Durante todo el trayecto tuvimos que adaptar nuestros cuerpos a las extrañas formas que hacían las paredes. Pero a cada pasillo que superábamos, descubríamos una nueva habitación llena de magia y energía que unida con el sonido de los ríos que pasaban por su interior le daban a aquel lugar un encanto lleno de magia, a veces positiva, a veces desconcertante. En muchos de los tramos sentimos esa sensación al entrar en un lugar extraño, absolutamente desconocido, oscuro y un tanto tenebroso. A menudo, apuntábamos nuestro débil foco por las decenas de grietas que había en la roca en busca de algo que pudiese responder a las inquietudes que habían detrás de aquellas paredes. Al final, siempre tocaba dejar a la imaginación hacer el trabajo de responder a nuestras sensaciones.





Fue un día en el que retrocedimos en la época del Cuaternario (Período Pleistoceno, 30 a 100 años atrás), considerada como la era del hombre, porque durante este tiempo surgió la especie humana en la tierra. Pero más emocionante fue retroceder en el Secundario o también conocida como la era del Mesozoico, (Período Cretácico, 131 a 65 millones atrás) momento conocido como la época de los dinosaurios.

El mesozoico corresponde a la segunda era geológica del planeta. Esta era se caracteriza por los constantes movimientos tectónicos que desplazaron los continentes. Un tiempo en que los mares bajos regredían formando lagunas continentales en las cuáles bebían y se alimentaban varias especies de dinosaurios como gigantescos sauropodos, feroces y ágiles therápodos, tyerophodas y ornithopoda. Torotoro era una de esas lagunas lodosas en donde los dinosaurios venían a dejar sus huellas. Una expresión clara de su existencia que se fosilizó hasta día de hoy y que nos deja evidencia de quién eran los habitantes de aquella época en nuestro planeta.

Extensa caminata de un ankilosaurio
























Huellas de un terópodo
















Gigantescas huellas de un saurópodo





















Fue muy emocionante poder ver aquellas pisadas gigantescas e imaginar aquellas bestias pasando por allí. Era excitante retroceder en la época más salvaje de la Tierra, donde habitaban los animales más grandes y feroces, en medio de grandes selvas llenas de vida. Un momento de nuestra cronología en la que el ser humano aún estaba por venir, aunque de todos modos, si hubiésemos coincidido, se habrían presentado como nuestros depredadores. Por fortuna o quizás no, esta especie desapareció, dejando paso al crecimiento de los mamíferos, aquellos que acabarían colonizando el planeta, entre ellos el hombre y su sucesiva evolución hasta hoy.


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