jueves, 20 de julio de 2017

CALETA BUENA












 

Salimos de Playa Larga con nuestros amigos alemanes y acompañados por Myrtha y su esposo, en su espectacular coche rojo americano del año 1957, iniciamos un viaje que nos brinda ya un buen comienzo del día observando el agua clara que se deja ver entre los árboles al margen de la carretera, bailando a ritmo latino e impacientes por conocer nuestro nuevo destino.

Caleta Buena es un lugar caracterizado por una playa rocosa donde puedes acomodarte en sus tumbonas mientras tomas tantos mojitos como te reclame la garganta y donde es difícil elegir en que sitio ubicarte, si en uno de los rincones donde hacer snorkel cerca del mar, o bien en su piscina de agua natural donde ésta va entrando lentamente por un canal subterráneo y donde luego se presenta de la forma mas clara y deseada tanto por nosotros como por la multitud de peces que habitan en ella.

En la piscina existe un entramado de azules que cambia de tonalidad a medida que los rayos del sol se fieltran entre la capa que separa el mundo de los humanos, el exterior, respecto al de los animales que fluyen entremedio de esta masa líquida que nombramos agua, y que paradogicamente aunque no podamos vivir en ella, es nuestra fuente de vida.

Cuando nos sumergimos entramos en un nuevo mundo dónde los desconocidos somos nosotros. Allí abajo todo es distinto: las formas, los colores, los sonidos, el movimiento, las leyes de la gravedad, los animales y plantas que viven en ella... Principalmente  encontramos peces, unas curiosas especies que a su misma vez, también presentan distintas formas, tamaños y colores, de forma aerodinámica y aunque repletos de duras escamas, parecen de tacto suave y agradable para nuestros ojos. A pesar de que ambos somos seres vivos, las diferencias entre los peces y los humanos son abismales y suponemos que por ello es difícil establecer algún tipo de relación, de contacto.

En un principio nuestra presencia les incomoda y buscan alejarse de lo que para ellos podría suponer un peligro. Después, a medida que también nos vamos relajando y formando parte del espacio, parece que son capaces de compartirlo, rompiendo la distancia inicial y aceptándonos tal vez como a una especie marítima más. Es en ese momento cuando te sientes aceptado, pues te permiten entrar en su mundo y conocer la majestuosidad de lo que tienen y respetan. Un mundo en donde nos es imposible vivir pero si observar y sentir durante el pequeño tiempo que tus pulmones te lo permiten, esta sensación de estar en un lugar desconocido pero emocionante a la vez. Un lugar donde los movimientos de los animales pasan de cero a cien en cuestión de segundos sin escuchar apenas algun sonido. Tus oídos entran en un estado de silencio en el que solo escuchas tu respiración y el latido de tu corazón, parece que el funcionamiento del cerebro baja de revoluciones y tu forma de moverte deja de ser la habitual, moviendo las extremidades tratando de apartar el agua hacia atrás mientras se repone al mismo tiempo, el pelo se bombea como si de una medusa se tratara y tus pulmones angustiados compiten con la tranquilidad del exterior reclamando una bocanada mas de oxígeno.


Y por ello también este momento bajo el mar te permite un encuentro contigo mismo, en un contexto a veces hostil donde a pesar de fluir en un estado de relajación, a la misma vez también existen momentos donde se despierta un estado de alerta pero que acaba siendo reprimido por tu racionalidad cuando recuerdas que allí el mayor peligro eres tu. Vuelves a la realidad, contemplas y piensas...que paraíso! que maravilla...


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