domingo, 2 de septiembre de 2018

SALAR DE UYUNI y DESIERTO SOLALI: últimos destinos de Bolivia



Situado en el departamento de Potosí, dentro del altiplano de la cordillera de los Andes y a 3650 metros, se encuentra uno de los contextos más curiosos y particulares que tenemos en nuestro planeta. Estamos hablando del Salar de Uyuni, un destino único y muy esperado para nosotros. Todo el mundo nos habló de él considerándolo como una maravilla digna de visitar y conocer. Lo que no sabíamos, era que nos llegaría a sorprender de esta manera. 

Desde la ciudad de Potosí llegamos al pueblo de Uyuni. Desde allí debíamos de agarrar lo que sería el tour de cuatro días y que pasaría primero por el salar para dirigirse finalmente hacia nuestro último país de sur américa; Chile. Un recorrido en el que veríamos los primeros indicios del desierto de Atacama y todos sus bellos rincones que iban desde lagunas transparentes y coloradas con preciosos flamencos, hasta geisers que expresarían el poderío que corre por debajo de nuestros pies. Sin duda, un tour con altas expectativas y en el que solo podía fallar una cosa, que dentro de este abanico de compañías topásemos con la peor de las ratas que solo ven en ti una cosa: dinero.

Este es uno de los grandes riesgos que se dan cuando viajas y quieres ir a un lugar que solo te ofrece una opción, meterte dentro de este mundo de pescadores profesionales con grandes capacidades para camelar a su presa a través de fuertes anzuelos armados con exquisitos gusanos. Por desgracia, nosotros topamos con una de las grandes pescadoras de Uyuni, la señora Fatima. Una de esas mujeres "joker" que siempre tienen una presencia ambigua, fácil de no percibir si estas cansado y confiado. No queremos que sea la protagonista de nuestra entrada, pero si queremos plasmarla en lo inefable de nuestro viaje ya que, sin duda, siempre la recordaremos por la gran cantidad de mentiras que nos coló, no solo a nosotros, sino a las decenas de personas que contratamos un acuerdo con ella. Era espectacular escuchar en todo momento su nombre en cada uno de nosotros por alguna mentira y estafa que nos clavó por la espalda. Al final todos nos lo tomábamos a risa por no llorar de la rábia, pero cabe decir que finalmente la presión de todos consiguió que reparase una parte del daño causado. Igualmente, aquel demonio sigue allí, así que si lees esta entrada y te se ocurre ir algun día a Uyuni recuerda este nombre, FATIMA.



Bien, después de expresar un poco de este sentimiento un tanto amargo vamos a encaminar nuestra narración hacia lo que realmente importa y que superpone cualquier vivencia negativa, el Salar de Uyuni. La ruta empezó por la visita del cementerio de trenes, un lugar abandonado que como su nombre indica, esta formado por un conjunto de trenes que fueron construidos en 1897 por los franceses e ingleses, y que fueron utilizados para transportar todo el mineral de este rico lugar hacia Chile, para luego ser procesados y exportados.

Actualmente, el salar y sus alrededores continúan siendo una mina de gran importancia para el país. Y es que, debajo de esta capa de sal que nosotros pisamos se esconde la mayor reserva de litio del mundo, concretamente entre el 50% y 70% se exporta desde Uyuni. Considerando esto, podría ser facil que el mineral que nos está permitiendo escribir esta entrada gracias a la batería de nuestro telefono, provenga de este rincón del mundo.

Después de conocer un poco más sobre la explotación minera del país nos dirigimos a pisar por primera vez esta gruesa capa de sal que da forma a los 12.000 km2 del salar. El área que hoy ocupa este desierto estaba cubierta hace 40 000 años por el lago Minchin y posteriormente, hace 11 000 años, por el lago Tauca o Tauka. Posteriormente vino un periodo seco y cálido, que produjo una gran reducción de la superficie y volumen de los lagos andinos, originando así el salar de Uyuni y las demás lagunas actuales.

Pero antes de llegar a conocer esta concrecta creación de nuestro planeta debíamos de pasar por Colchani, un pueblo fronterizo con ese territorio salado en donde sus habitantes viven principalmente del turismo y de la extracción y procesamiento de la sal. Se estima que tienen por delante una cantidad de 10.000 millones de toneladas de sal a trabajar, de la cual extraen 25.000 toneladas al año. Pudimos escuchar de primera mano los pasos a seguir desde que se raspa la sal en el salar hasta que llega a nuestra boca. En general, un proceso aparentemente sencillo pero que explotarlo al nivel que lo hacen requiere de mucho esfuerzo. Poco a poco, íbamos conociendo más acerca de este lugar entrañable, pero aún nos faltaban unos quilometros más para llegar a él.


Así que, de golpe, y en un abrir y cerrar de ojos, pasamos del contexto marrón y seco al blanco húmedo. Un cambio soptado que ni percibimos debido a su espontaneidad repentina. Fue como abrir una puerta y entrar en una habitación totalmente distinta de la anterior, donde las paredes son totalmente blancas y agrietadas con un suelo cristalino que crujía al pisarlo. Habíamos entrado en aquel peculiar oasis comestible que da sabor a todo el país, y por ello, debíamos de probar aquel granito de sal. Y la verdad, es que a pesar de ser solo sal, estaba exquisita! Era muy curioso poder pisar aquello que te comes, pudiendo agarrar en todo momento una pellizca de sabor y ponerlo en tu boca, como si estubiéramos en la versión salada del cuento de Hansel y Gretel.


Nuestra admiración era evidente, pues estábamos rodeados por una extensa llanura blanca, infinita a nuestros ojos y llena de riqueza. De aquí que un inspirado empresario montase el primer hotel de sal en medio de la nada. Y es que aquel lugar, no solo aportaba sustancia y minerales importantes para todo el mundo, sino también una alternativa al cemento y al ladrillo. Él no era el único que aprovechaba los recursos del salar, sino que todos los lugareños tenían a su alcance la posibilidad de extraer bloques de sal para poder construir o complementar partes de sus casas. Mesas, sillas, paredes, esculturas, armarios o cualquier cosa que se les ocurriese podía estar hecho de sal. ¡Nunca habíamos pensado que dicho recurso pudiese moldearse hasta tal punto!




Una vez almorzamos en aquel hotel de fantasía rodeados de buena compañía, nos dirigimos en un punto en el que la imaginación podía escapar del claustro en el que a veces se encuentra. Y es que, el salar no solo era un lugar de recursos, sino también un lugar de inspiración fotogénica. Y esto lo sentimos cuando empezamos a ingeniar la mejor manera de aprovechar aquella extensa llanura y jugar con los efectos ópticos que puede proporcionarte cuando le das "click" a tu cerebro. Parecíamos niños jugando en el recreo, pero era inevitable aprovechar aquel contexto único!! ¿Qué podemos hacer? ¿Ahhh, sí sí lo tengo? ¿Por qué no provamos esto? ¿Pero cómo?

Contínuamente se daban estas preguntas entre nosotros y seguidos eran los experimentos. El resultado final fue un buen reportage de divertidas fotos que expresan la magia de aquel lugar que no solo sirve como tesoro para el país, sino también para divertirse imaginando cualquier efecto óptico que se nos pasara por la cabeza.




Y sin saberlo, después de considerar que habíamos exprimido nuestra imaginación al máximo, aún estaba lo mejor por llegar! El salar, entre los meses de enero y marzo se cubre de agua y puede alcanzar hasta los 0,80 centímetros de agua. De aquí que, durante este tiempo casi no se puede acceder. Nosotros llegamos en un momento en el que apenas hay agua, por ello pudimos entrar y contemplar el blanco en todo su resplandor. Pero por fortuna, en la parte baja del volcán Tunupa, lugar donde dormiríamos la primera noche, había una fina capa de agua acumulada que nos abrió nuevamente las puertas del recreo. Desde otra perspectiva jugamos con aquella preciosidad de contexto. Teníamos a nuestros pies un espejo de agua perfectamente limpio y nítido en el que podíamos ver reflejada nuestra cara de sorpresa debido a la maravilla que estábamos contemplando.








Dentro de esta superficie que está en continuo crecimiento,  habitan unos animales que también aprovechan su riqueza. Así pues, los humanos comemos la sal, pero los flamencos comen las algas que se dan entre la frontera de tierra y el agua salada. Allí están cada día saboreando la mejor calidad de ceviche de alga fresca, caminando de manera elegante por aquel espejo blando, rompiendo con suavidad el reflejo perfecto de aquellas calmadas y pasivas aguas. Mostrando su elegante traje rosado con su amarillo pico, van extendiendo su cuello armónico a la vez que avanzan en busca de aquella riqueza culinaria que les invita a venir cada día. En el salar se encuentran los flamencos chilenos, james y andinos. Todos ellos, junto las vicuñas y demás animales,  le dan al salar un toque maestro en este precioso lienzo.




Para más curiosidades que se podían encontrar en el salar, nos fuimos al día siguiente a la isla Incahuasi. Es extraño llamar isla a algo que esta rodeado no por agua, sino por algo sólido llamado sal. Pero así era, en medio del salar se encontraba un gran cerro con algo más que plantas y arbustos. Allí se encontraban un tipo de cactus muy peculiar. Lo especial de ellos es que miden de entre 10 y 17 metros y su interior esta compuesto por madera, un material que aprovechan los lugareños de la zona para construir sus casas o las cercas para su ganado. Cada uno de ellos crece un centímetro al año, siendo el más viejo de 2100 años atrás. El tema es que aquella isla no era una cualquiera, estaba llena de deformes gigantes puntiagudos que te amenazaban en caso de acercarte mucho. Era un lugar extraño que no dejaba de complementarse afinamente con el contexto cercano en el que se encontraba. Congeniaban perfectamente ya que el salar, en su conjunto es algo realmente distinto, extraño, nada común al contexto general de nuestro planeta.



Finalmente, nuestro último recuerdo del salar, a parte del fuerte abrazo con los buen@s amig@s que hicimos, fue una de las puestas de sol más asombrosas que hemos vivido en el viaje. Son numerosos los momentos en que hemos visto al sol irse a dormir, pero nunca de esta manera, acompañado por su otra cara, la luna. Cada uno por su parte tenía el entramado de colores que le pertocaba. Uno con sus colores cálidos y la otra con sus colores fríos. Podíamos hacer una vuelta de 360 grados y contemplar un cuadro distinto en tonalidades reflejado en el agua del salar. Poco a poco, el negro de la oscuridad se fue apoderando de todo nuestro alrededor como despedida de aquellos días inolvidables en uno de los lugares más bellos y distintos de la tierra.




Después de esta experienciencia tocaba poner rumbo hacia San Pedro de Atacama, el primer destino de Chile. Así que, con un grupo de compañeros totalmente diferente, arrancamos a la mañana siguiente dirección desierto de Atacama. Pero antes de poner pie sobre él, debíamos de pedir permiso a su hermano, el desierto Siloli, una región de tierras volcánicas que encierra en su interior recursos de extraordinaria belleza natura.

Entre ellas estaba el árbol de piedra y sus alrededores. En su conjunto, expresaban formaciones rocosas cuya evolución y forma se debe a la erosión eólica, creando así escenas de paisaje surrealista. Estábamos rodeados de un panorama desértico de arena que contenía un recurso de gran interés para la contemplación de la obra de la naturaleza que modeló formas y figuras sorprendentes durante miles de años.



Otro bello paisaje que nos ofreció Siloli fueron las decenas de lagunas que esconde en medio de su desértico cuerpo. Pero la que más nos sorprendió fue la laguna colorada, que ubicada a 4278 metros, muestra unos tonos rojizos que provienen de los sedimentos de zooplanton, fitoplanton y otros, que en su conjunto producen un colorido contraste en su conjunto. Tal es su belleza que, a pesar de no notar los dedos de los pies y las manos debido al intenso viento helado, aguantamos a ver la preciosa luna reflejando en aquella fantástica laguna colorada.


Finalmente, el objetivo del último día era despedirnos de Bolivia y entrar en un nuevo país. Pero antes de cruzar aún tuvimos un grato regalo para nuestros ojos. Ubicado a una hora de la laguna se encuentra el Sol de Macana o también conocido como el lugar de los Geysers. Allí, se existen numerosas fuentes intermitentes de agua que brotan a una temperatura de 90 grados, junto las fumarolas y las grietas de lava volcánica que continuamente expresan la vida que hay debajo de nuestros pies. Era un lugar un tanto tenebroso, caminábamos por encima de un laberinto de conductos llenos de lava que advertian a través del cálido vapor y el olor a azufre que estábamos en medio de una olla a presión apunto de estallar. Pero era muy emocionante poder caminar por allí escuchando el sonido de las burbujas de lava estallar, junto con el fuerte ruído del vapor a presión que salía de los orificios de nuestro planeta.





Este fue el último presente que tuvo Bolivia para nosotros. Después de cuatro intensos días cruzamos la frontera con fuertes aprendizajes en nuestra mochila e inefables paisajes grabados en nuestra mente. Miramos atrás a los geysers despidiéndonos del desierto de Siloli para entrar en el desierto de Atacama.



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