miércoles, 4 de julio de 2018

PUERTO CHICAMA: la ola más larga del mundo


Recorriendo la costa del Pacífico nos hemos ido topando con puntos de encuentro de surferos por las apetecibles olas que presenta éste Océano que nos acompaña ya desde México. Y en todos los lugares dónde había buenas olas, también había deseosos surfers que no querían dejarlas escapar.

Lo cierto es que en todos estos lugares, a menudo nos quedábamos hipnotizados viendo como disfrutaban surcando por esas revoltosas olas que desde lejos ya presentaban un cierto respeto. Sentíamos mucha admiración y nos conformábamos en disfrutar del espectáculo desde la playa, pero había también un gusanito de envidia que no dejaba escapar la idea de nuestra cabeza. No queríamos terminar el viaje sin dedicar algunos días a desafiar éste deporte acuático.

Con éste objetivo vinimos a parar a Puerto Malabrigo, o más bien conocido como puerto Chicama, lugar dónde se encuentra "la ola más larga del mundo". Y no es un decir, porque si a agarras con tiempo y el equilibrio no te desafía, puedes surfear hasta 2km! Pero nosotros con levantarnos ya nos conformábamos.


Así, llegamos a éste desértico pueblo de la costa peruana para dedicarnos cuatro días a aprender un poquito acerca de éste deporte extremo que tan buena honda trae a todo el mundo.

Todo empezó una mañana dónde Fran nos brindó su tiempo y saber para dotarnos de una base teórica que a su vez acompañamos con la práctica. Las olas se portaron bien y la corriente estaba tranquila, y a pesar de que el agua estaba para conservarse eternamente, las primeras remadas de brazos rápido nos calentaron.


Realmente es un deporte bastante duro (de aquí que salgan esos cuerpazos) pero cuando agarras la ola y eres capaz de levantarte a tiempo y colocarte correctamente para que te empuje con su fuerza, todo el cansancio anterior vale la pena. La adrenalina de la velocidad, deslizarse por el mar de pié, acariciando el agua con la tabla mientras la el aire lo hace en tu cara. Sentirte libre, como una patinadora bailando sobre el hielo o como una esquiadora el primer día de la temporada.

La sensación es realmente mágica y cada vez que agarras una ola te da nuevas fuerzas para regresar e ir a por la siguiente. Y así pasamos los dos primeros días, con Fran por la mañana, descansando una horita para comer en la misma playa, y regresando al agua de nuevo en la tarde para seguir batallando más y más. Tal vez éramos los más novatos de todo Chicama pero teniendo en cuenta que nuestra experiencia surfeando fue hacía cuatro años, y por cuatro días, no estaba nada mal. ¡De hecho, estábamos muy contentos y hasta nos felicitaron!


Pero cuando todo se ve tan bonito por algún lado tiene que reventar... Y nunca mejor dicho. El tercer día empezó diferente: a parte de que el cansancio ya empezaba a notarse en el cuerpo, nos tocó cambiar el equipo por uno un poco más técnico, las olas venían crecidas y con una molesta corriente poco visible desde la playa.

Por ese motivo decidimos cambiar la zona para surfear, evitando ir hasta dónde íbamos siempre (más lejos y con zonas rocosas) para quedarnos más cerca ya que parecía que las olas estaban más suaves y facilonas.

-Ens quedem per aquí millor? Semblen més tranquiles i així no hem d'anar fins allà...!

-Vols dir que no es millor anar on va tothom?

-Allà hi ha roques... I aquí sembla  més fàcil entrar...

Pero lo que quería ser una decisión de prudencia terminó siendo todo lo contrario. Nos metimos en el agua y antes de que nos diéramos cuenta la corriente nos había arrastrado muchísimo, en ese momento decidimos salir pero ya nos vimos envueltos de peñas y poco quedaba ya en nuestras manos. Las tablas y el neopreno nos salvaron de una buena triturada en las rocas, pero la salvación no nos resultó gratis. Salimos del agua con tres de las seis quillas (alitas) que deberían tener las tablas. ¡menudos pringaos! Ni una triste ola habíamos agarrado que ya estábamos fuera, todavía a primera hora de la mañana y con las tablas rotas. Y esa fue nuestra despedida del surf, con esas mismas caras de idiotas nos quedamos al ver que el dinero para surfear el día siguiente servía para reparar los daños.

Es lo que tiene ir con el dinero contado en un pueblo sin cajero automático. Pero eso no impidió que siguiéramos disfrutando de Chicama  corriendo por su playa virgen, subiendo al acantilado a observar a los profesionales surfeando de verdad, probando los mejores cebiches y fotografiando sus increíbles puestas de sol.



Hay que ser positivos y quedarse con lo conseguido, satisfechos de esos dos intensos días y esperando la próxima oportunidad para exprimir más éste deporte, aunque de bien seguro que no será en Perú, ni probablemente tampoco en éste viaje por Latinoamérica. Por ahora nos despedimos del Pacífico hasta por lo menos de aquí un buen tiempo.

No hay comentarios:

Publicar un comentario