miércoles, 23 de agosto de 2017

BACALAR


A pesar de que habíamos escuchado maravillas de nuestra siguiente parada, nunca nos habríamos imaginado lo que íbamos a encontrar al adentrarnos en la localidad de Bacalar. Pasando entre los árboles de su gran plaza principal ya empezaba a deslumbrar un edén de colores que nos permitió entender el por qué éste apartado municipio se ha ganado el sello de "Pueblo Mágico".

Es una villa situada al sur de la península de Yucatán que posee una asombrosa y divina laguna de hasta 42 kilómetros cuadrados. A parte de su notable y evidente extensión, el interés por visitarla recae en la diferencia de colores que se pueden distinguir en ella, motivo por el cual es nombrada como "Laguna de los siete colores". Desde azul celeste hasta el más oscuro azul marino, pasando por amarillos y marrones, puedes disfrutar de éste precioso lago de colores, que varían en cuestión de segundos a medida que te vas desplazando por su superficie. 

Nos quedamos unos días no para mucho más que sencillamente sentir sus energías y observar detalladamente su linda imagen. Ya fuese desde lejos con mayor perspectiva, sentados en el columpio del muelle, o justo en medio de su inmensidad cruzándolo en canoa, la laguna de Bacalar siempre desprende una magia capaz de calmarte por dentro e hipnotizarte para que lo contemples sin quitarle ojo a cada uno de sus bellos rincones. Eso si, solo adentrándote en él puedes llegar a descubrir el secreto que oculta en su interior y que produce ésta peculiaridad respecto a todos los demás lagos; se trata de su arena blanca de textura viscosa, la que permite reflejar los rayos del sol y dar el color brillante a su azul más claro. Y son sus repentinos cambios de profundidad los que permiten dar cabida a la extensa gama de colores que le suceden. 

Además, Bacalar no solo destacó por tal paraíso natural, sino que nos permitió conocer los nuevos actores que harían cambiar totalmente el rumbo de nuestro viaje. Pasamos una noche "placticando" con Ángel, Memo y Jorge, con quienes hicimos muy buenas amistades, y allí, en ese muelle de madera donde casi vimos amanecer, nos seducieron con su propuesta un tanto "alocada".  Era una invitación para conocer de primera mano una boda mejicana, hecho que no se podía dejar escapar, a pesar de que ésto significara retroceder y cruzar dos estados enteros. Así pues, de ellos nos despedimos para encontrarnos al cabo de una semana en Calkiní, lugar donde el hermano de Ángel (Fernando) se casaría.  












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