martes, 5 de diciembre de 2017

TISEY: Explorando las montañas nicas


Del pasto verde a la blanca leche

Es cierto que somos grandes amantes de la playa y que podríamos habernos quedado instalados en las Peñitas algún tiempo más, pero lo cierto es que  hechábamos de menos un poco de verde, así que viendo cerca una zona montañosa de la que algo bueno nos parecía haber escuchado, decidimos dirigirnos hacia el área de Estelí, aunque sin saber exactamente qué íbamos a encontrar.


Casi por casualidad aparecimos en una pequeña comunidad dentro del parque natural Tisey, un lugar montañoso aunque lleno de senderos que unen cada uno de sus mágicos rincones. La Garnacha es un pueblecito de no más de cien casas que nos ofreció un contacto directo con la vida rural de la zona, basada en una filosofía de ecologismo y reciclaje, sacando provecho de sus primeras materias y ofreciendo productos de primera como hortalizas, hierbas aromáticas, café y leche. Y también contando con técnicas caseras que pudimos aprender para procesar dichos productos y elaborar de la leche cuajada, yogur y queso fresco, y de las hierbas infusiones, aceites o cremas naturales.




Sonrisa al despertar

Ya percibimos la magia del lugar en nuestro primer amanecer. No fue la falta de sueño, la alarma del teléfono ni el canto de los gallos lo que nos despertó, pero sobre las seis de la mañana un sonido hizo que nos levantáramos de la cama. Parecía que alguien picaba a la puerta de nuestra cabaña, ¿quizás era Adriana para avisarnos de que el café estaba preparado? pensamos por un momento,  ¡demasiado temprano! Intentamos ignorar el sonido pero éste insistía de una forma irregular y cada vez más melódica como si de un juego se tratara. La curiosidad iba ganando a la pereza y al incorporarnos pudimos deducir que el sonido provenía de la ventana, acompañado de alguna discreta sombra también difícil de descifrar. Al acercarnos no pudimos contener la sonrisa cuando vimos a esos dos pajaritos gorditos y bien azules jugueteando con el sonido que producían sus picos al impactar contra la ventana. 


La intrigante hazaña de cumplir un sueño

Alberto Gutiérrez es un hombre de avanzada edad, alto y delgado, con poco pelo en la cabeza aunque bien blanco y unido a su frondosa barba, también blanca, aunque manchada en la parte del bigote por el café y los cigarrillos que le acompañan a cada rato. Vive en una humilde casita en los pies del Cerro Tisey, junto con su hermana mayor María Isabel, tan habladora como inquieta y curiosa. 

A pesar de su aparente simpleza por su forma de vivir y relacionarse, no conocimos a ésta pareja por casualidad, de hecho, fue el destino de nuestra excursión del día, después de recorrer unos cuantos kilómetros hasta encontrarles. En realidad Alberto no tiene nada de hombre corriente, aunque su vida empezó bien normal. Él nació en una casa todavía más humilde, dice, en una familia de pocos recursos y ninguna tierra propia para trabajar. Por ese motivo Alberto dedicó su vida trabajando duro las tierras de otros, y distrayéndose con algún que otro vicio de vez en cuando. Una vida muy normal en Nicaragua, donde la agricultura y la ganadería son el motor del país. No obstante, su rumbo cambió en el año 1977 cuando decidió hacer realidad el sueño que tubo cuando sólo era un niño. 

A sus nueve años Alberto soñó, literalmente hablando, con lo que ha sido su nueva vida desde que eligió convertir esa fantasía de su subconsciente de niño, con una realidad más allá de una profesión, pues su trabajo se ha convertido en un gran atractivo turístico a medida que se ha ido conociendo su talento. Sí, así es, un campesino cualquiera con una vida cualquiera decidió a sus treinta y tres años y después de haber intentado ganarse la vida en otros lados, dejar la tierra y el ganado para trabajar otra materia de la naturaleza, desarrollando un arte que permanecía oculto por no haberlo puesto en juego hasta entonces. 

Alberto encontró otro fin para sus enormes manos, esculpiendo las paredes de piedra que rodean el sendero de su casa y que da lugar a varios miradores donde se pueden contemplar sus obras en frente de la inmensa naturaleza del parque Tisey. Las esculturas que se ven grabadas tienen un estilo inca-maya y son representaciones de animales, pues es su manera de manifestar su extinción, explica. También se pueden ver siluetas humanas y otros símbolos bélicos, como un helicóptero que recuerda los bombardeos de la guerra en la que prefirió no involucrarse para dedicarse a lo que realmente le llenaba. 


Cuando empezó jamás se imaginaba lo lejos que llegarían sus obras, esculpidas en la misma montaña y creando un largo y fantasioso camino que han visitado hasta 60.938 personas sólo des del año 2004, cuando empezó a registrarlas llenando ya hasta 20 libretas sólo poniendo sus nombres y nacionalidades.

La historia de Alberto es el cuento de un niño que cumplió su sueño, un ejemplo de que el "querer es poder", de que "nunca hay que perder la ilusión por aquello que deseamos" y de que "nunca es tarde para conseguir nuestros retos".



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