jueves, 8 de febrero de 2018

BOQUETE: de la feria al sendero




Este pequeño pueblo de montaña nos recibió por sorpresa con una feria de flores y café de lo más atractiva. En medio de una gran multitud estaban los feriantes intentando acaparar toda la clientela posible, entre ellos destacaban los vendedores de pinchos a lo largo de todo el recorrido que continuamente te mostraban el mejor surtido de carne. Inevitablemente, la vista y el olfato te imperaban comer uno de ellos y gozar de su rico sabor. En honor al nombre de la feria también estaban los vendedores de flores y las bellas figuras hechas con ellas que te sorprendían a medida que avanzabas.




Vestido tradicional panameño
Sin duda, después de quedarnos con una sensación agridulce de Bocas, agradecimos recibir esta energía positiva del ambiente festivo de Boquete que también nos recargaba fuerzas para emprender la aventura del día siguiente.

Continuando en la misma linea nos levantamos con el tiempo amenazador, pero no por ello nos quedaríamos esperando viendo por la ventana como se nos escapaba hacer el sendero de los quetzales. Así que nos preparamos todo para adentrarnos en lo que sería una de las rutas más preciosas de nuestro viaje.

Después de casi 4 horas de carretera llegamos al pueblo de Guadalupe, aparentemente el núcleo de vendedores de flores, ya que en todos lados había gente vendiéndolas. Desde allí partimos hacia el inicio del sendero, alrededor de una hora y media que empezamos con sol y acabamos con el que sería nuestro amigo de compañía durante todo el recorrido; la lluvia. Un elemento que aparentemente puede fastidiarte una caminata, pero también puede hacer que sea más mágica e intensa.



Por otro lado, el hecho de haber llegado tarde al parque natural hacía que nuestro tiempo fuera limitado y por ello debíamos  de acelerar el ritmo. Disponíamos de pocas horas de luz, así que no podíamos perder el tiempo ni dejar espacio para errores. Todo ello hacía que la aventura fuese más excitante. 

Uno de los objetivos de la ruta era poder ver el ave nacional de Guatemala que se encuentra en varios sitios de centroamerica y que se nos resistía desde hacía mucho. Aparentemente, era un punto de concentracion del quetzal, aunque la lluvia hizo que estuviesen bien escondidos y por ello nos fue imposible una vez más poder ver su resplandor. Aunque ésto no hizo que la vivencia de aquel recorrido fuese menos especial.

En breve nos adentramos en soledad por aquel bosque húmedo mientras el agua iba empapando nuestras chaquetas. La ausencia de presencia humana junto aquella lluvia nos obligaba a menudo a pararnos y tomar consciencia de la magia del lugar, aunque el poco tiempo del que disponíamos no nos permitía estar lo que hubiésemos querido. Nos quedábamos mirando nuestro alrededor y escuchábamos aquel sonido agradable de lluvia golpeando los árboles mientras sentíamos la belleza y pureza de la madre tierra cuando te adentras en ella.



Muchas veces, la presencia humana en éstos lugares hace que nunca se llegue a percibir el profundo contenido de la naturaleza. En éste momento nos sentimos afortunados y agradecidos por lo que estábamos recibiendo. La oportunidad de andar solos por aquellos caminos llenos de barro, mojándonos bajo la lluvia mientras escuchábamos su canto al caer y sintiendo la magnitud del bosque húmedo a nuestro alrededor. Sin duda, el no haber podido ver los quetzales no hizo que la ruta defraudase, al final, la lluvia y la soledad fueron los elementos que moldearon la vivencia hacia un recuerdo especial de éste día.








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